lunes, 30 de diciembre de 2013

PROYECTO LITERARIO


El día 26 de junio de 1954, el gran Julio Ramón Ribeyro escribía estas líneas en La tentación del fracaso:
“Los treinta años será mi punto de referencia. Si a esa edad no me encuentro en condiciones de publicar algo duradero, podré reconocer que me he engañado lamentablemente sobre mi vocación y que es tiempo de cambiar de oficio. Mientras tanto esperemos sin perder la esperanza”.
Pues bien, ahora toca confesar: acabo de cumplir treinta años. Fíjense que hasta me he dejado bigote.
Creo que ha llegado el momento de reorientar este blog, así que, emulando descarada y torpemente las directrices del Maestro, pongamos de una vez las cartas sobre la mesa…

1.      Antecedentes:
En agosto de 2009 terminé las correcciones de mi primer libro de relatos. Razonablemente satisfecho del resultado, opté por enviarlo a concurso. Hombre A, Hombre B resultó finalista en la XIII edición de los Premios Mario Vargas Llosa NH de Relatos (2010), en la modalidad de mejor colección inédita. Ganó, por supuesto, Cristina Peri Rossi. Yo tenía entonces veinticinco años.

2.      La sorpresa:
A raíz de (1), cierta editorial gallega se interesó por publicar mi obra. A falta de mejores ofertas, acepté. Firmamos un contrato en el que pactábamos que el libro saldría al mercado en el primer semestre de 2011. Finalmente no fue así. La editorial cayó en concurso de acreedores, dando al traste con todo lo anteriormente convenido (y firmado). Seguí escribiendo.

3.      La determinación:
Asumí de una vez por todas que un escritor joven, inédito, parado, periférico, mal relacionado y absolutamente desconocido –centrado, para colmo de males, en el género del cuento– sólo puede aspirar a una cosa: escribir más, escribir mejor, independientemente de si sus obras se publican o no. A eso me he dedicado, prácticamente a tiempo completo, durante los últimos cinco años.

4.      El proyecto:
El proyecto es que no hay proyecto, porque ya he hecho lo que tenía que hacer. Tengo cinco libros inéditos metidos en un cajón, listos para ser publicados. Cada uno de ellos es, si me lo permiten, mejor que el anterior. De todos modos he decidido presentarles el ya referido Hombre A, Hombre B, por ser el único avalado con una mención relativamente importante.

A partir del próximo lunes, y a razón de dos relatos semanales, iré colgando en este blog la totalidad de esa obra con la no-tan-secreta esperanza de que algún editor valiente decida apostar por ella y se anime a publicarla. No descarto hacer lo mismo con las siguientes.

Nota: Todos los relatos que se van a mostrar en esta página web figuran –a mi nombre, como es obvio– en el Registro de la Propiedad Intelectual.

Todos los derechos reservados.

martes, 3 de diciembre de 2013

DEYECCIÓN Y COPROFAGIA


Por razones que quizá tengan más que ver con los indeseados efectos secundarios de cierto tratamiento médico que con una deliberada voluntad de relectura, últimamente me descubro hojeando las páginas de algunos de mis diaristas favoritos (Renard, Gide, Pavese, Ribeyro), transitoriamente ajeno a la tiranía de las tramas y los personajes, de las ficciones o los capítulos –naturaleza obliga–. Adoro el ego mutante de Renard, empeñado en viajar del autodesprecio a los delirios de grandeza en cuestión de días; me intriga la erótica poliédrica de Gide, que sin dejar de estar profundamente enamorado de su mujer encontró el modo de separar el amor del sexo (e incluso la heterosexualidad de la homosexualidad) para entregarse sin contradicciones a su amante Marc; siento escalofríos tras verificar los inequívocos rastros caligráficos de una profecía autocumplida en lo tocante al suicidio de Pavese y me compadezco del Ribeyro más bohemio, ese que, de paso por Madrid, se dedicó a dilapidar las escasas ayudas familiares que le restaban en putas, libros y alcohol como si no hubiera un mañana. Todos dudan, todos saben, todos sufren. Todos ellos se preguntan qué será de sus escritos y lamentan las oportunidades perdidas, los pasos en falso, las páginas menos logradas. Se desesperan. Sobreviven. A veces callan o se comportan como auténticos cretinos. Otras brillan como dioses. Todo esto me lleva a pensar que es quizás en los grandes diarios donde reside la más sublime imperfección de la Literatura: leerlos es bajar a la sala de máquinas del Genio para comprobar el colosal misterio de los engranajes, de las válvulas y los motores, pero también la suciedad de los lubricantes, la grasa, el hollín nauseabundo. La miseria. Lo excrementicio tiene aquí un espacio que no ha lugar en una novela, en un relato, en un poema, en un ensayo…
El atractivo de lo residual.
La escritura como deyección y la lectura como coprofagia.


P.S. Me reservo la próxima entrada –que será la nº 100 de este blog– para el 30 de diciembre, día de mi cumpleaños. Puedo adelantarles que habrá sorpresa… Y que estoy muy loco.

martes, 26 de noviembre de 2013

ESTUPIDEZ


Lo más peligroso del estado de estupidez generalizada que se vive en nuestro país desde el advenimiento de la crisis (porque la crisis enriquece y envilece a unos pocos y deprime y cabrea a la gran mayoría, esto es, estupidiza en ambos casos) quizá sea la tendencia acrítica a relativizar la propia estupidez, así como la estupidez propia. Resulta que como los poderosos han alcanzado un nivel de estupidez difícilmente igualable, algunos se han convencido de que se puede hacer el estúpido en menor medida, casi en plan “poético”, amparándose en el razonamiento de que las pequeñas estupideces que uno comete pasarán desapercibidas (y hasta serán aplaudidas) en comparación con las estupideces atroces perpetradas desde las Altas Esferas. Algo así debió de pensar el diputado de la CUP que insultó y amenazó con una sandalia a Rodrigo Rato en el Parlamento catalán: “Yo no soy el estúpido, oiga: el estúpido es este sinvergüenza al que trato en vano de amedrentar; el estúpido es este ladrón que juega con los ahorros de tanta pobre gente”. Pues claro que sí, amigo de la CUP. Y usted también lo es, pero menos ¿no? Y como es usted menos estúpido casi podría parecer que actúa correctamente. Pero no vayamos a equivocarnos: la estupidez del otro no le resta un ápice de estupidez a su conducta. Al Parlamento se va a parlamentar, como su propio nombre indica; no es territorio apto para macarras. Le alegrará saber, sin embargo, que si tuviéramos que elegir entre Rato y usted (disyuntiva improbable), nos quedaríamos con usted –qué remedio–. Eso sí: con una pinza en la nariz y pastillas para las náuseas, no vaya a ser la vomitona. El mismo procedimiento podría aplicarse en caso de optar por Xosé Manuel Beiras en Galicia, por poner un ejemplo más cercano. De todas formas, las arcadas de rigor no nos las quita nadie. A ver si comprendemos de una vez que la estupidez de la Derecha no basta por sí sola para ocultar la de la supuesta Izquierda.

jueves, 21 de noviembre de 2013

VENGARSE DEL MUNDO


Un día te despiertas y comprendes que la Realidad –antipática ella– ha estado conspirando durante toda la noche para inaugurar el nuevo día propinándote una patada en la boca. Nada de qué preocuparse: es el estado de ánimo perfecto para sumergirse en la lectura de tus escritores-pirados favoritos, de un Daniil Jarms, de un Henri Michaux, de todos esos esquizoides relatos sin pies ni cabeza, puesto que ya no crees necesitar ni los unos ni la otra, sino precisamente el valiosísimo testimonio de los que han sabido prescindir creativamente de ambas cosas. Es posible, te dices, explicar el mundo desde otros mundos; quizás sea la única manera. Explicarlo todo negándose a comprender nada es una buena forma de hacer del mundo un anti-mundo, un analgésico sin contraindicaciones, un silogismo a la inversa. Una cueva que conduzca al exterior de algo. O un buen golpe de morros en las botas embarradas de lo real.

Escribir, leer para vengarse del mundo. Y que lluevan más patadas, que lluevan.

lunes, 18 de noviembre de 2013

HACIENDO AMIGOS


Al fin puedo decirlo con conocimiento de causa (la presión socio-cultural, ustedes saben): las peripecias de Walter White resultan, en efecto, de lo más estimulante; son, digamos, un dignísimo entretenimiento, pero uno no puede sino concluir, muy a su pesar –y es que son muchas las noches invertidas– que hay más poesía en un solo capítulo de Hora de aventuras que en una temporada completa de Breaking bad. A ver si estamos todos tontos o qué: vale que el emperador no está desnudo, pero tampoco es que vista de Armani, vaya.
A propósito del tema (no de esta serie en concreto, sino del arte fílmico en general) adjunto una reciente reflexión –no por obvia menos certera– de Paul Schrader:
“Lo singular ahora es que la sociedad demanda menos de los artistas. Si la gente demanda más a los artistas, los creadores son mejores. Así que la clave no sólo está en las películas, sino en el público.”
Soberbio el trabajo de Bryan Cranston, por otra parte. Y no se preocupen, que ya me callo y enseguida estoy de vuelta en el calabozo de los apestados.


P.S. En el conocido portal satírico de noticias falsas El mundo today han sabido captar a la perfección, con el humor que les caracteriza, la esencia del problema. Dejo el enlace AQUÍ.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

EL PÚBLICO APLAUDE


Conviene resignarse: aceptemos de una vez que estábamos equivocados, que la tan ansiada (y nunca prometida) revolución ético-estética de nuestro siglo se ha materializado ya –¡y usted con estos pelos!– en forma de niñata semidesnuda sacando un inocentísimo porro de su bolso de Chanel mientras el público aplaude enloquecido –por cierto: ¿qué aplaude el público exactamente? ¿El gesto malote de Miley Cyrus? ¿La “osadía” de encender un peta en un espectáculo televisado? Uno ya no sabe–, el público aplaude, el público aplaude, el público aplaude… la estupidez, supongamos. Nada de qué extrañarse, oiga: si un juez puede expropiar sólo a medias (?) el palacete de los Urdangarín en Pedralbes, si una asociación de víctimas del terrorismo se permite sugerir a la propia Justicia que vaya contra la Ley, si al Gobierno le da por anunciar a bombo y platillo nada menos que la Salida de la Crisis (!), si el Papa ahora va de rojeras por la vida (y hasta accede a ponerse una nariz de payaso), y si –lo que es peor– todo esto es susceptible de ser aplaudido, a lo mejor tenemos que tomar nota de lo que sucede en Bielorrusia: hacemos un “Lukashenko”, prohibimos los aplausos, y que sea lo que Dios quiera. O algo.

jueves, 7 de noviembre de 2013

ESE OTRO MOMENTO (5)


O ese otro momento en que decides (dictaminas, puerilmente concluyes) que se puede escribir para comprenderse a uno mismo, que se puede escribir para comprender a los demás, que se puede escribir para comprender el mundo, que se puede escribir para descomprenderlo todo. Ese otro momento en que vislumbras el resto de la supuesta escalera ascendente y te dices “y a partir de la descomprensión, un nuevo horizonte de sentido”, y decides (nuevamente dictaminas, puerilmente concluyes) que los habitantes de las regiones inferiores (de los escalones precedentes) no eran, no son, nunca fueron verdaderos escritores, que los verdaderos escritores tienen que haber descomprendido antes todo lo anterior, y que sólo a partir de ese momento, de ese espacio, uno puede llegar al final (¿el final de qué?, te preguntas) para darse de bruces con la Creación o contra la Nada. Ese otro momento en que darías lo que fuera, no ya por saber distinguir una cosa de la otra, sino simplemente por alcanzar, oler, tocar ese espacio; por saber, en definitiva, que existe, que es posible ese otro momento.

lunes, 4 de noviembre de 2013

ESE OTRO MOMENTO (4)


O ese otro momento en que descubres (redescubres, asumes nuevamente) que el miedo más atroz, el más puntiagudo, el Miedo de los tres picos –ese tan terrible que sólo se puede representar gráficamente, con su vertiginosa eme mayúscula– es en realidad pura prefiguración del miedo, anticipación abstracta del mismo, semilla no ya potencial sino efectivamente potenciada, forzosamente posibilitadora, totalizante, estadio previo del horror que todavía no se teme en concreto, pero que se prevé temiendo –involuntaria y constantemente– ese otro momento.

jueves, 31 de octubre de 2013

ESE OTRO MOMENTO (3)


O ese otro momento en que te dices (o más bien te dicen, o de hecho te recuerdan) que sería interesante escribir algo acerca de Ander Herrera, el jugador de fútbol, el jovencito ese del Athletic de Bilbao, el educado, el guapete, el que sabe hilar más de dos frases con sentido, el único futbolista del mundo capaz de confesar en el túnel de vestuarios, así, en caliente, justo después de terminar su partido contra el Getafe, que sí, que ha hecho trampa, que lo siente mucho, que ha habido “piscinazo”, que no lo volverá a hacer, que ya está bien de putear a los árbitros, que la culpa es suya y sólo suya, hostia, y que está avergonzado. Ese otro momento en que te olvidas del reciente Clásico, de Messi, de Cristiano, del espectáculo del fútbol, y te acuerdas de ese otro espectáculo cada vez más extraño de la moralidad, de la honestidad, del compromiso y del honor. De palabras tan gruesas, que diría Beckett.

Ese otro momento en que imaginas –e inmediatamente descartas en mitad de una agria carcajada– la posibilidad de asistir (hoy, mañana, la semana que viene) a semejante asunción de culpa, de mero conocimiento –a propósito de un espionaje programado, masivo e indiscriminado, nada que ver con un alegre “piscinazo” en el área rival–, por parte de un señor con muchísimas más responsabilidades (“the land of the free”) que Ander Herrera, ese otro momento en que un tal Obama, que ni es jugador de fútbol, ni le faltan asesores, ni tiene por qué responder en caliente, pero en cambio es persona culta, instruida, todo un Premio Nobel de la Paz, el momento, te dices, en que el condenado Obama de los cojones diga, haga, se excuse, amague acaso, vamos, no sé si me explico… ese otro momento.

lunes, 28 de octubre de 2013

ESE OTRO MOMENTO (2)


O ese otro momento en que empezamos a comprender (a sospechar, a intuir) que la resolución de determinados problemas mentales pasa por abolir (reconfigurar, resetear) aspectos tan esenciales de nuestro ego que quizás deberíamos dimitir de nosotros mismos antes de plantearnos siquiera la posibilidad de empezar a sanar. Ese otro momento en que salud y enfermedad se parecen, se solapan o incluso se igualan. Ese rendirse ante lo no-evidente. Ese otro momento en que ni se nos ocurriría ponernos a escribir y optamos más bien por canturrear una melodía agridulce, la más agridulce de todas, para enterarnos a continuación (por la tele, siempre la tele –y por casualidad, siempre la casualidad–) de que el autor de esa melodía, ese genio cascarrabias, el padre de ese underground que ahora nos sube por la garganta acaba de morir tras un reciente trasplante de hígado, de que estamos tarareando la canción de un muerto reciente, así, recién levantados, recién desayunados, recién tendida la ropa, recién duchados. Ese otro momento.

lunes, 21 de octubre de 2013

ESE OTRO MOMENTO


O ese otro momento en que crees (te dices, te juras) que todo va a salir bien, que eres fuerte, que tú puedes y toda esa mierda que has tendido a repetirte como un mantra perfectamente inútil a lo largo de años y años de presunto aprendizaje. Ese otro momento, sí, el de la pared negra, infranqueable, y el llanto y la palabra "basta", y el grito "basta", y la plegaria "basta", que nunca bastan. Y allá al fondo, por supuesto, siempre y sólo tú, como una figura inerte, como un objeto accesorio que tampoco basta. Ese otro momento.

viernes, 11 de octubre de 2013

RAZONES PARA CELEBRAR EL NOBEL A ALICE MUNRO


1. Porque la noche anterior a la concesión del Premio le dije a mi no-esposa: "Si es hombre, Nooteboom; si es mujer, Munro", y por una vez gané la maldita apuesta.

2. Porque Chéjov ya no puede recibirlo.

3. Porque no sólo es la mejor cuentista viva, sino además, muy probablemente, el mejor cuentista vivo.

4. Porque es la excusa perfecta para releerla.

5. Porque Demasiada felicidad o Secretos a voces.

6. Porque, por ejemplo, "Radicales libres" (en Demasiada felicidad).

7. Porque premiar a Munro es también, en cierto modo, premiar al cuento como género.

8. Porque ni se recuerda un Nobel tan indiscutible como éste.

9. Porque ya iba siendo hora, cojones.

10. Porque (con todos mis respetos) se lo han vuelto a negar a Murakami.

martes, 8 de octubre de 2013

KANT IMPORTA


Leo en los “Recortes de la prensa seria” de la revista satírica El Jueves un titular esperanzador, extraído a su vez del periódico La Verdad: “Una discusión sobre Kant acaba con un herido de bala”. (Noticia completa AQUÍ).
Sí, escribo “esperanzador”. Y es que, al margen de lo obvio –esto es, el recurso a la violencia, siempre execrable–, la noticia da cuenta de algo mucho más relevante, aunque sea de puro insólito: ¡Kant todavía importa!
Ya sabíamos que la gente se dispara por toda clase de tonterías: por la patria, por honor, por deudas, por celos, por el mero placer de herir o matar, pero… ¿por Kant?
Ahora hagan un esfuerzo, procuren obviar lo obvio, y atrévanse a decir que no es maravilloso. A su manera.

lunes, 30 de septiembre de 2013

CONSEJOS NO-SOLICITADOS


Algunos consejos no-solicitados (y, no obstante, presumiblemente bienintencionados) que he recibido en los últimos (y no tan últimos) años a propósito de mi supuesta actividad escritora (entre paréntesis mis consideraciones):

1.      “Deberías enviar tus obras a concursos literarios”. (Como en Reservoir dogs, eso ya se ha probado y no funciona –o no del todo–).
2.      “Siempre puedes recurrir a la autoedición”. (O, como en American beauty, a la paja en la ducha antes de ir a trabajar –si tienes trabajo, claro–).
3.      “Abre un blog”. (Hecho: error. Menos tiempo para escribir cosas más importantes).
4.      “¿Y en gallego?” (Sin comentarios).
5.      “Es que relatos… ¿Por qué no una novela?” (Porque Borges).
6.      “Vete a Madrid y llama a algunas puertas”. (Pero ¿no veis que la movida gorda está en Barcelona?).
7.      “Prueba a relacionarte con otros escritores de tu edad que ya publiquen”. (Entre “susto” o “muerte”, uno siempre ha sido más de “muerte”).
8.      “Si dedicaras la mitad de las horas que te pasas escribiendo a promocionarte…” (…me perdería el respeto en la mitad de la mitad de esas mismas horas).
9.      “¡Pero si hay un montón de editoriales!” (…que no aceptan manuscritos no-solicitados, como hace un servidor con los consejos).
10.  “Es que no tienes ni facebook…” (…porque Obama nos espía, tonto).

…Y un consejo nunca-recibido que me hubiese resultado la mar de útil hará cosa de una década:
“Enciérrate a escribir. Cuatro horas diarias por lo menos. Y olvídate de publicar. Escribe más, escribe mejor, escribe hasta que no puedas más. Y después sigue escribiendo”.

Amén, coño.

lunes, 23 de septiembre de 2013

CELOS (II)


Mientras María trataba de explicar por enésima vez al buen José los rudimentos del misticismo embrionario, unos simpáticos pastores se entretenían junto al pesebre improvisando historias, apurando hipótesis, ultimando apuestas, pero sobre todo observando de hito en hito, irremediablemente incrédulos, el desproporcionado miembro viril de cierta paloma que por allí pasaba.



("Celos" aquí).

jueves, 19 de septiembre de 2013

ENTUERTOS Y AVENTURAS


Al final va a ser que siempre estamos echando de menos El Quijote y, quizás por no releerlo sin más una y otra vez hasta el día de nuestra muerte, como autómatas sedientos de entuertos y aventuras, decidimos refugiarnos periódicamente en obras-hermanas (declaradas o no) como el Cándido de Voltaire, el Peer Gynt de Ibsen, las Desventuras del buen soldado Svejk de Hasek o El plantador de tabaco de Barth. La prueba definitiva de la vigencia de la gran novela cervantina no se encuentra en ningún estudio, en ningún tratado, en ninguna tesis; lo que realmente define la importancia de nuestro manco favorito reside en un hecho incontrovertible: cada lengua, sin apenas excepción, tiene su propia versión más-o-menos-camuflada del Quijote. Busquen, busquen.

Podría decirse, en este sentido, que El Quijote es grande porque sigue escribiéndose, o –mejor aún– porque nunca acaba de escribirse.

lunes, 16 de septiembre de 2013

ORGULLO(S) NACIONAL(ES)


Resulta a todas luces tentador contemplar el “Asunto Catalán” en su vertiente más lúdica, menos tremenda; juzgarlo, digamos, como entretenimiento popular, que es lo que muchos entendemos que se ha hecho de él –con magníficos resultados, por cierto, si de distraer la atención del atribulado personal se trataba–. Y digo que el asunto es entretenido porque la cosa va de banderitas de colores (muy socorridas siempre), del supuesto Volkgeist o “Espíritu de los Pueblos” (romanticismo alemán en estado puro) del “Estado Opresor” (el famoso marxismo de derechas –valga el oxímoron– al que tan acostumbrados nos tiene CIU), pero sobre todo, como viene siendo habitual en estos casos, de los putísimos Orgullos Nacionales. Y cuando se juega con semejante combinación de palabras (de ideas, a la postre), ya tenemos el chiringuito petao y funcionando a pleno rendimiento. Así, mientras unos fascistas submentales –valga esta vez la redundancia– asaltaban una delegación de la Generalitat en Madrid, otros simpáticos encapuchados se hacían los héroes ante los suyos con un mechero y tal y cual. A mí esto de sentirse orgulloso de algo que uno, por definición, no elige –el lugar de nacimiento, y en ciertos casos incluso de residencia– siempre me ha olido un poco raro; un poco a puta mierda, para entendernos. Tendrán ustedes que perdonar mi estrechez de miras, pero sigo pensando que este espectáculo de banderas y contra-banderas responde fundamentalmente a intereses de Marca©, de Estado® y, en definitiva, de Pasta. Donde otros se empeñan en dibujar un pulso entre España y Cataluña uno no puede evitar ver una batalla propagandística, fatalmente camuflada (la de toda la vida, oiga), entre la derecha española y la derecha catalana –asunto bien distinto–, inmersas ambas en sendas campañas intensivas de captación de socios (o sea, de votos). “¿La derecha? Se olvida usted de ERC”, dirán algunos. De acuerdo: tendremos entonces que aceptar pulpo como animal de compañía. Hay que joderse.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

SABER Y COMPROBAR


(1)
Elegimos, sí, leer a Pirandello, a Schopenhauer, a Onetti o a Pavese. Pero nunca podemos elegir del todo cómo los leemos; dicho de otro modo: no siempre nos resulta posible iluminarnos o dejarnos iluminar por ellos como nos gustaría. Uno sabe, por ejemplo, que Parerga y Paralipómena es una obra maestra, pero acaso no alcance a comprobarlo todas y cada una de las veces que se detenga a leer sus páginas. Nos queda entonces el eterno darse de cabezazos contra la pared, la desesperada búsqueda de un sentido que quizás en algún otro momento, en circunstancias más felices o inspiradas, creímos haber encontrado. Y aun cuando éste permanezca oculto, sobreviene sin embargo, alguna que otra vez, la sorpresa que justifica nuestro infructuoso empecinamiento: nos descubrimos dialogando. Dialogamos. Quizás tan sólo con nosotros mismos, pero dialogamos.

(2)
Mis amigos deben estar ya hartos de oírme contar la anécdota, pero en fin: una vez, en un autobús de camino a Pontevedra, con la luz del sol también empecinada en cegar mi lectura, creí haber comprendido en su práctica totalidad –y tras meses de estudio– el funcionamiento del sistema hegeliano. Pero (¡horror!), cuando llegó el momento de abandonar ese mismo bus, algo se había perdido irremediablemente –acaso la propia luz solar–. El caso es que nunca he vuelto a tener, desde entonces, una visión tan abarcadora, tan nítida, del más complejo de los pensadores alemanes. Y no me avergüenza confesar que, cada vez que retomo la Fenomenología del Espíritu, el diálogo que por todos los medios trato de reanudar no es tanto con el gran (y en cierto modo inaprensible) Hegel, sino más bien con ese-otro-yo que hace ya algunos años creyó haber entendido algo.

(3)
Hay quien lee únicamente si entiende o para entender, quien considera que una lectura incomprensible o incomprendida es siempre una pérdida de tiempo (llamémosle “Lector-Fascista”). Se ignora, desde este punto de vista, el valor de la lectura como puesta-a-prueba-sin-frutos, como fin en sí mismo; como pelea a muerte, no ya con el autor, sino contra nosotros mismos, contra esa parte de nosotros mismos que sigue esforzándose miserablemente en no-saber, en no-comprender, en no-mejorar. En el fondo, leer cosas que no comprendemos es una decisión moral y, como tal, su puesta en práctica debiera ser asimismo un imperativo del lector responsable. Una fórmula: “Leer lo que no se comprende y aun cuando no se comprenda nos obliga en cualquier caso a dialogar con nosotros mismos”. Dejando al margen todas las obras vacuas que nos saldrán al paso (y que no serán pocas), sigue valiendo la pena aguardar, sin demasiada esperanza, un fortuito golpe de sol en la cara.

jueves, 5 de septiembre de 2013

EL PERFECTO RESUMEN SIRIO


Lo ha hecho John Carlin, que en su último artículo para El País escribía: “Mientras los grandes estrategas de Occidente se plantean matar con misiles a gente que mata a gente con gas a favor de gente que come corazones, la sabiduría de las masas apunta a otras cosas.”

No me hubiera importado firmar esa frase (cambiando, eso sí, el término “sabiduría” por este otro: “estupidez”).

lunes, 2 de septiembre de 2013

MORTADELA


                                              A P., que acaba de volver de Polonia.



Un niño a su padre, frente al escaparate de una conocida librería coruñesa:
“Papá, ¿tienes mortadela?”
Ojo, no se precipiten, que el chaval no pide un bocata de mortadela (merienda habitual de muchos infantes que su padre, a fin de cuentas, bien podría atesorar en el bolso –la merienda, no los infantes, pedazo de bestias–); ni siquiera emplea la primera persona del plural (“tenemos”), que haría referencia más bien a un repentino y preocupado interés por la hipotética falta de provisiones neverísticas del hogar. No. El niño quiere saber si su padre lleva mortadela encima, como otros llevamos mecheros o paquetes de kleenex.
Genial.
No sé por qué esta escena me ha hecho pensar en Bruno Schulz, que en La mitificación de la realidad escribía:
“Consideramos normalmente la palabra como una sombra de la realidad, su reflejo. Más justa sería la tesis contraria: la realidad es la sombra de la palabra”.
…y en Witold Gombrowicz (a quien ya he referido con anterioridad en este blog), que en el prólogo a Ferdydurke se lamentaba:
“Estamos en la situación de un niño que se ve obligado a llevar un traje demasiado grande para él y en el cual se siente incómodo y ridículo; el niño no puede quitárselo, puesto que no tiene ningún otro, pero, por lo menos, puede proclamar en voz bien alta que el traje no está hecho a medida, y de tal modo establecerá una distancia entre el traje y su persona. Esto significa: tomar distancia frente a la forma”.
Miren: a lo peor les he mentido. Lo cierto es que creo intuir por qué la escena de la mortadela, con su niño deliciosamente ingenuo y su adulto (in)naturalmente desconcertado, me ha recordado a Schulz y a Gombrowicz…
¿Cuánto tardaremos en reconocer de una vez por todas que el denominado “Realismo Mágico”, uno de los mayores hitos de la literatura sudamericana, es en realidad un invento genuinamente polaco?
Se aceptan cartas amenazantes… y bocatas de mortadela.


P.S. También he recordado cómo mi ex-no-esposa solía repetir con cierta frecuencia que ella prefería el vodka polaco al ruso… pero esa ya es otra historia, supongo.

miércoles, 28 de agosto de 2013

BELLEZA INCORRUPTIBLE


Se ha muerto. Se ha muerto mi tía Dolo.
Hoy recuerdo aquellas sofocantes tardes de verano en Almería, y una muy concretamente, una que quedó y quedará ya para siempre grabada a fuego en mi memoria. Fue hace un par de décadas, cuando yo era un niño sólo en parte diferente del estúpido niño en que al fin me he convertido. Mis tíos trataban de explicarnos (a mis primos, a mis hermanos, a mí) que esa tarde no tocaba playa; vayan ustedes a saber: el mal tiempo, la desgana de los adultos… quién sabe: son detalles nimios que con toda justicia se olvidan. No olvido ni quiero olvidar, sin embargo, la heroica y autoimpuesta misión de mi tía durante aquellas horas, su empeño en mantenernos entretenidos –o en entretenerse ella misma, que de un modo delicioso, en absoluto forzado, también tenía mucho de niña–; la Dolo que de repente sacaba de algún cajón el estuche de lápices de colores, la Dolo que repartía a diestra y siniestra, con su sonrisa pilla de bruja buena, el espléndido manojo de folios en blanco, la Dolo que nos animaba a pintar dibujos (“para mi colección particular”, decía) con los que posteriormente adornaría, orgullosa, los armarios de su habitación. Miren: nunca se me ha dado bien dibujar, pero recuerdo a la perfección cómo nos hizo sentir nuestra tía cuando le entregamos nuestras “obras” ya conclusas. Aquella noche nos fuimos a la cama rivalizando en cuestión de ego con el mismísimo Dalí.
A Dolo le gustaba masticar hielos y escuchar a Leonard Cohen. A Dolo le repugnaba meterse en ascensores y hacerse análisis de sangre. He aquí algunas de las razones por las que siempre la he considerado un alma amiga.
Además Dolo (si me atrevo a escribir esto es porque, por suerte, en mi familia materna nunca ha faltado el sentido del humor, y aun en caso contrario no veo por qué no habría de decirlo) tenía las tetas más bonitas de la Historia de la Humanidad. Ni siquiera el puto cáncer pudo con ellas. Eran de una belleza incorruptible.
En casa de mis padres, en la que me gusta denominar “mi habitación de hijo no-pródigo”, tengo una reproducción enmarcada de un boceto de Dalí, precisamente. Bajo el marco, y sujeto gracias a la presión del mismo contra la pared, un dibujo que María coloreó de niña me alegra la vista cada vez que estoy de visita en Pontevedra. Montañas. Flores. Y un sol.
María es una de mis primas. María es la hija de mi tía Dolo.

Es un paisaje precioso.

jueves, 22 de agosto de 2013

ANTES DE QUE LA MUERTE NOS ALCANCE


Algunas cosas que me he propuesto hacer antes de morir:

1.      Entrar en cualquier tienda de ropa femenina. Esperar a que la dependienta me pregunte si busco algo en particular. Señalar algún vestido. Probármelo.
2.      Adoptar un perro gris y enseñarle a hablar.
3.      Repartir panfletos marxistas en Central Park, Nueva York.
4.      Escribir, bajo pseudónimo, una novela erótica o abiertamente pornográfica.
5.      Visitar (si existiera) la tumba de Giorgio Manganelli. Sonreír.
6.      Construir en la playa de Ipanema un enorme castillo de arena. Destrozarlo a patadas.
7.      Dar un concierto integral de versiones de The Lumineers con una guitarra de segunda mano en plena calle.
8.      Fabricar una pequeña catapulta con pinzas de tender la ropa.
9.      Ladrar a alguien (preferiblemente un editor) como en la película de Lubitsch.

10.  Explicar a un par de personas por qué.

jueves, 15 de agosto de 2013

LA ERÓTICA DEL PODER


A principios de la pasada década el grupo catalán Standstill era la gran –quizás la única, si hemos de ser exigentes– esperanza blanca del hardcore estatal. Tuve la suerte de verlos en concierto en el Festimad 2003 de Madrid, cuando apenas había oído hablar de ellos, y en cualquier caso algunos años antes de su cuestionada (hay gente muy imbécil ahí fuera, ustedes saben) “mutación”. Por lo visto algunos de sus seguidores se sintieron “traicionados”, aunque uno nunca acabe de entender en qué consiste exactamente esto de las traiciones artísticas. El caso es que a partir de entonces los tíos fueron cambiando orgánica, progresivamente (la elección del adverbio no es baladí) el hardcore por el post-rock, las letras en inglés por un castellano críptico, la rabia unidireccional por el discurso mestizo, hasta convertirse en un combo de lo más vanguardista que, a medio camino entre el rock progresivo y la estética Arty, finalmente publicaba en 2006 el álbum (¿conceptual?) VIVALAGUERRA, un disco que muchos seguimos incluyendo entre los mejores de la escena independiente nacional de los últimos años.
Tremenda introducción para confesar ahora que en realidad no quería hablarles de Standstill, sino de Francisco Álvarez Cascos.
Nunca he comprendido o aun experimentado los oscuros resortes de la erótica del poder; podría decirse que me pillan un poco lejos, claro. Me parece mucho más erótica la total ausencia de los mismos, pues estoy convencido de que es al fin y al cabo su nulidad lo único que puede, si no garantizarnos fehacientemente, sí al menos sentar las bases necesarias para una entrega desinteresada –y por lo tanto auténtica– al sujeto amado. Pero, en fin, ahí tenemos, por ejemplo, a Álvarez Cascos, ese politicastro cuyo innegable historial de éxito con las mujeres vendría a demostrar la vigencia del mito en su versión más enigmática, y por lo tanto también más “pura” –si escojo la figura de Cascos es precisamente porque el recurso a la erótica del poder se me antoja en su caso particular no ya como una posible explicación, sino más bien como única explicación posible en cuanto a sus múltiples conquistas se refiere–. No se lleven a engaño: ese señor al que ahora no le queda más remedio que soportar una lluvia de insultos y abucheos mientras acude a declarar como testigo ante el juez Ruz por el “Caso Bárcenas”, ese señor de mirada amenazante y semblante torvo, ese que ya ni sabe dónde meterse es, ahí donde lo ven, un mito sexual. Un hombre incomprendidamente atractivo. Francisco Álvarez Cascos ha sido y seguirá siendo, a ojos de ciertas mujeres –asumámoslo o no, y por inverosímil que parezca– un suculento ejemplar de latin lover.

En una de las mejores canciones de VIVALAGUERRA, Standstill nos regalan el siguiente estribillo: “Yo soy el Presidente de la Escalera y por eso las vecinas y sus niñas me miran con deseo”. Una cómica denuncia del supuesto erotismo del poder que revela, por reducción al absurdo, lo que usted y yo venimos sospechando desde un principio: que un político de segunda con cara de bulldog no deja de ser, por mucho que ligue o folle, un político de segunda con cara de bulldog. Y a ver si nos dejamos ya de hostias.

lunes, 12 de agosto de 2013

VERGÜENZA (LITERALMENTE) AJENA


Tengo que confesar que, vergüenza ajena aparte –y si digo “ajena” es precisa, literalmente, porque a lo largo de mi vida me he venido atiborrando (y a mucha honra) de anticuerpos intelectivos de calidad en cuanto a nacionalismo(s) se refiere–, durante las últimas semanas me lo estoy pasando teta con la “Escalada de Tensión” (es un decir, comprendan) entre las autoridades españolas y las “británicas” (es un-otro decir) a propósito del cuento-de-nunca-acabar en el Peñón de Gibraltar. La cosa va tal que así, atiendan: si los unos se dedican a sumergir bloques de hormigón en las zonas de pesca españolas, los otros endurecen los controles en la “Frontera” (un-otro-otro decir); si los unos acusan de contrabando al vecino, los otros denuncian la supuestamente generalizada evasión fiscal de los llanitos (esa que tanto les cuesta perseguir en su propio país); si los unos se vienen a hacer maniobras en plan bullying con la “Armada Invencible 2.0.” (parece que ya estaba previsto con anterioridad; una lástima), los otros “se reservan” (me encanta la expresión: tiene un puntito mafioso la mar de encantador) todas las acciones legales pertinentes contra los “Ocupantes”. Unas risas muy guapas, que diría mi hermano pequeño; rollito Malvinas, pero más a lo soft. Ciertamente hilarante.
Luego están los nacionalistas periféricos que, al igual que un servidor –y como es lógico, por otra parte–, se alegran públicamente o en secreto del ridículo “Patrio”, como si ellos no hubiesen abrazado ya el ridículo con anterioridad (y bien recientemente) por medio de fórmulas tan reseñables –y equivalentes– como las siguientes (a saber): “Antes catalanes que de izquierdas” (ERC dixit, sirviéndose del sofisma político más peligroso de todos, ese que asegura que izquierda y nacionalismo son conceptos compatibles); “Todos os nosos folgos cos compañeiros e compañeiras da revolución bolivariana” (en un mitin del BNG, como si el nacionalismo venezolano en que se apoya la “Revolución” –un-otro-otro-otro decir– no hubiese contribuido a demonizar sistemáticamente desde las instituciones al respetable disidente); “Nosotros estamos del lado de todas las víctimas” (esto último prefiero no comentarlo; ustedes saben: las arcadas).

Me pregunto ahora cómo se le podría explicar todo esto a un niño, al típico chaval inteligente y tocapelotas que un domingo cualquiera, mientras lees el periódico, te asalta sin más preguntándote a bocajarro “¿De qué va toda esta mierda, papi?”. Gracias a dios (sí, con minúscula, como “nacionalismo”) no tengo hijos, porque estoy seguro de que en tal caso zanjaría la cuestión con un escueto “Son todos unos hijos de puta, neno”, otra fórmula capciosa que no se ajusta demasiado a lo que algunos entendemos por pedagogía.

jueves, 8 de agosto de 2013

ESPUMARAJOS DE AGOSTO


Tres lugares comunes de la Ultramodernidad que están empezando a reventarme las (con perdón) santísimas pelotas:

1.      “De un tiempo a esta parte, el mejor Cine lo estamos viendo en las series de T.V.”
(Suelen decir esto, por regla general, aquellos que confunden los conceptos “adicción” y “perfección”. Sospecho además que este discurso, ahora que nadie va al cine, resultará de lo más goloso para las múltiples cadenas televisivas que se afanan en emular la ya redundante “fórmula HBO”).
2.      “El mundo del Cómic avanza a pasos de gigante en comparación con el de la Literatura”.
(Suelen decir esto no los dignísimos –y generalmente inteligentes– lectores de Schulz, Quino, Gorey, Crumb, Kaz, Gurewitch o Spiegelman, sino aquellos cuyas últimas lecturas estrictamente literarias en lengua castellana se detuvieron, cronológicamente hablando, en los aledaños del “Boom” latinoamericano. Acaso a esto haya que achacar el que encumbren acrítica y sistemáticamente a los fatuos y pseudo-intelectuales Moore, Gaiman o Ware).
3.      “Conceptos tales como Derecha e Izquierda ya no tienen ningún sentido en el panorama político actual”.
(Suelen decir esto aquellos que desarrollan tarde y mal –si llegan verdaderamente a hacerlo– su interés por la lectura de obras políticas clásicas… amén de los amnésicos y los directamente fachas, por supuesto, que siguen siendo mayoría en cualquier caso).


Un beso a todos. 

lunes, 5 de agosto de 2013

HÉROES MORALES DEL ARTE OCULTO


A estas alturas comentar las bondades de una película como Searching for sugar man es poco menos que una obviedad, sobre todo teniendo en cuenta la (por otro lado merecidísima) atención que ha recibido en los últimos meses, no ya sólo en el ámbito de la crítica cinematográfica, sino además, y muy particularmente, en la (digamos) “blogosfera cultureta”. Es por ello que no voy a reseñarla en modo alguno –menudo coñazo las reseñas, ¿no creen?–; así que nevermind, que de eso nada. Me limitaré a dejar por escrito, donde todo el mundo pueda verlo, que su protagonista, Sixto Rodríguez, es un auténtico factótum digno de entrar a formar parte en un improbable imaginario colectivo de “Héroes Morales del Arte Oculto”, donde quizás compartiría, a su muerte y por méritos propios, habitación o sala de estar con el perturbado Van Gogh, el incomprendido Ed Wood o el invisible y microgramático Robert Walser. Viendo el multi-premiado documental de Malik Bendjelloul uno no puede dejar de preguntarse, incrédulo, cómo: cómo es posible que la música de un artista tan personal, tan lúcido, pasara completamente desapercibida en Estados Unidos; cómo pudo ser que sus canciones arraigaran tan rotundamente y en diferido ¡en la Sudáfrica del Apartheid!; cómo se las ingenió la turbia industria musical para que el (literalmente) pobre Sixto no recibiera ni un dólar, en concepto de derechos de autor, por la tremenda cantidad (millones) de discos que estaba vendiendo, sin su conocimiento y contra todo pronóstico –y casi contra el sentido común–, al otro lado del Atlántico. Cómo, joder; cómo. Cómo diablos el Destino se ha permitido el lujo de hacer trabajar a Rodríguez, durante toda su vida, como humilde reparador de tejados en Detroit.

Preguntándome precisamente cómo, me voy a la cama. Cierro los ojos y pienso, imagino al héroe en su madriguera. Casi de espaldas al mundo, se empeña en afinar su vieja guitarra española en una habitación mortecina. Lleva unas enormes gafas de sol, extremadamente oscuras, que ocultan gran parte de su cara. Mejor así, me digo antes de dormirme. Porque es así como puedo concluir sin ruborizarme que Sixto Rodríguez se parece un poco a Kafka.

jueves, 1 de agosto de 2013

EL DISCRETO ENCANTO DE LO FALLIDO


Me gustan los relatos que quieren dejar de ser relatos para convertirse en otra cosa. Cada vez me siento más fuertemente atraído por los relatos forzosa y deliberadamente “fallidos”, aquellos en los que el autor pretende dar cuenta de un fragmento de Verdad (ficticia o no-ficticia) tan inestable, tan desligada del clásico esquema lógico de causa-efecto, que dicha Verdad se escurre frase tras frase, párrafo tras párrafo, dando lugar a un estado-de-cosas singular, sólo aparentemente inconexo, que en realidad refiere de un modo extraño y sutil a un-otro-algo que nunca somos capaces de apresar en su totalidad, poética o semióticamente hablando, por muchas veces que los hayamos leído. Son relatos que, en definitiva, uno nunca acaba de leer, y quizás en esto residan sus fortalezas y nuestros no siempre bienvenidos desconciertos.

Tres ejemplos muy diferentes entre sí:

“El despoblador”, de Samuel Beckett (en Relatos).
“Radicales libres”, de Alice Munro (en Demasiada felicidad).
“Ante el Rey de Suecia”, de Quim Monzó (en El mejor de los mundos).

lunes, 29 de julio de 2013

REALITY


Parece que Lucía Etxebarría (sí, Lucía Etxebarría, déjenme terminar, por favor) acaba de abandonar un efímero reality televisivo muy defraudada con lo que allí se ha encontrado –a saber: gritos, disputas absurdas, estupidez a mansalva, etc.–. Hasta aquí todo normal (que no bien, oiga), o todo dentro de lo previsible en estos casos. Lo que me resulta realmente “entrañable”, y además debería hacernos recapacitar sobre el modelo de sociedad que entre todos estamos contribuyendo a apuntalar, es la razón que ha llevado a la (presunta) escritora a participar en semejante despropósito: argumenta Etxebarría –impecablemente, por cierto– que tiene ciertas deudas con Hacienda y que la suma a percibir por entrar a formar parte en el reality (¡durante una sola semana!) excede con creces los beneficios que le reportan dos años (¡dos años!) de trabajo ordinario, esto es, el tiempo que razonablemente emplea en dar a luz una nueva novela.
Sin entrar a valorar la “obra” de Lucía –tómense un momento para elucidar cuál es la obra auténtica: si el conjunto de sus novelas o la aparición estelar en el reality–, no conviene obviar el verdadero meollo del asunto: el programa “paga” porque el público “ve”, y la escritora “accede” presumiblemente porque “debe”, porque su trabajo no le alcanza (es un supuesto) para vivir dignamente. Un servidor extrae tres conclusiones de todo esto:

1.      Como sociedad estamos mal de la puta cabeza.

2.      El escritor en apuros, como cualquier otro trabajador, vende a su madre por un plato de lentejas.

3.      La culpa de todo la tiene Yoko Ono.

sábado, 27 de julio de 2013

ESTAR ATASCADO


“O tal vez, cuando se encuentre atascado como lo estaba yo aquella noche, no pueda poner las cosas en claro acerca de usted mismo o los demás, o saber por qué está vivo, o por esa misma regla, por qué lo está cada uno de los que puedan venirle a la cabeza, entonces piensa no en gente, sino en otras cosas que ha visto y sentido; como andar por un camino nevado en invierno, en algún lugar de Iowa, y escuchar el dulce y cálido ruido de un establo cercano al camino, o como esa otra vez cuando estaba en una colina y el sol se estaba poniendo y de repente el cielo se convertía en un inmenso cuenco de color pálido, resplandeciente como un cuenco de asas enjoyadas, y una gran reina en algún reino lejano y poderoso pusiera una gran mesa bajo el árbol una vez al año e invitara a todos sus amados y leales súbditos a cenar con ella.”

(Sherwood Anderson, “El hombre que se convirtió en mujer”, en Cuentos reunidos).



Estar atascado es no pensar en gente… y corregir febrilmente lo que todavía no hemos sido capaces de escribir mientras escribimos.

viernes, 19 de julio de 2013

MERCHANDISE


When we have nothing left to give
there will be no reason for us to live,
but when we have nothing left to lose
you will have nothing left to use.

We owe you nothing,
you have no control.


(Fugazi, Repeater, 1990)

lunes, 8 de julio de 2013

EXCEPCIONALIDAD Y COINCIDENCIA


A propósito de los Beatles como hito musical radicalmente irrepetible, el otro día comentaba con una buena amiga la importancia del talento digamos “concentrado”, del genio espacio-temporalmente confluyente. Llegamos a la conclusión (provisional, revisable) de que, desde la ruptura de los Fab four, el problema no ha sido precisamente la falta de animalitos a su altura, sino la no-conjunción de los astros, la excepcionalidad de la fórmula cuasi matemática (y acaso divina) “genios + Liverpool + años sesenta”. Decía mi amiga que bueno, que hemos tenido Seattle a principios de los noventa, pero que no es lo mismo, claro. Y justamente con los noventa como telón de fondo fantaseamos, entre sonrisas de ilusión insatisfecha, con la posibilidad retrospectiva de que Billie Joe Armstrong, Rivers Cuomo, Noel Gallagher y Dave Grohl hubiesen coincidido en una misma banda, en un mismo espacio de intercambio creativo. No cayó esa breva, of course; la Historia del Arte está plagada de caprichos crueles, de genios desperdigados. Ya puestos, ¿Qué hubiera sido, por ejemplo, de la suerte literaria de un Witold Gombrowicz, de haber éste congeniado mejor, en el Buenos Aires de mediados del siglo pasado, con aquel par de bestias que fueron Borges y Bioy Casares? Quién sabe. Son cosas absurdas que uno se pregunta en verano mientras corrige relatos que no han de importar a nadie.

jueves, 4 de julio de 2013

RELECTURAS DE VERANO


Como aquel lector tan sádico
que encuentra en La vida es sueño
un final inapropiado,
hoy echo en falta el empeño,
por parte de Segismundo,
de dar al rey un rotundo
espadazo en el costado.

martes, 2 de julio de 2013

CELOS


Siendo Penélope tan insufriblemente celosa, Ulises no tuvo más remedio que engañarla alguna que otra vez durante sus múltiples viajes. Al menos así, justificaba nuestro héroe ante sus compañeros de expedición, contribuyo a disipar las humillantes insidias que la tildan de paranoica.

jueves, 27 de junio de 2013

PASADO INMEMORIAL


Mínimo apunte teórico a propósito de la penúltima entrada de este blog:

“(…) Ese pasado es inmemorial precisamente porque jamás fue presente; o porque jamás pasó ni aconteció; o porque nunca sucedió. Y sin embargo, precisamente por no haber sido nunca, ni haber existido (ni acontecido ni sucedido) por eso mismo es lo que es: algo que, por llamarlo de algún modo, debe determinarse como pasado inmemorial.
(…)
Ese pasado nunca fue; pero en su pura y espectral inexistencia insiste en ser pasado; y sólo pasado. Es un pasado que siempre fue, que siempre fue eso: eternamente pasado. O que jamás nunca fue otra cosa que pasado (y sólo pasado).”


(Eugenio Trías, El hilo de la verdad).

martes, 25 de junio de 2013

EL DÍA MÁS MENTIROSO DEL AÑO


El primer día del verano es también el más mentiroso del año, pues anticipa la ilusión de todo aquello que no volverá a suceder. Uno sale a la calle y huele el cambio de temperatura –porque el calor tiene un aroma especial, inconfundible– pensando irremediablemente en playas de arena blanquísima, en bikinis (o speedos) prietos, en interminables noches de luna llena junto a hogueras crepitantes, alrededor de las cuales se habrán reunido amigos y guitarras, abrazos y confesiones, sonrisas y nostalgias compartidas. Pero lo cierto es que desde hace años el calor nos agobia hasta el punto de obligarnos a permanecer a cubierto cada vez que el termómetro supera los treinta grados, que la playa nos aburre sin remisión a menos que tengamos un buen libro a mano –y además el agua siempre está más fría de lo que parece–, que muchos amigos llevan siglos desperdigados, injertados en diferentes coordenadas geográficas o emocionales, y que ni siquiera los bikinis prietos suponen un aliciente ahora que el top-less campa a sus anchas. Entonces recordamos que el auténtico verano es un estado mental, una proyección del subconsciente; una puta mentira, vamos. Y nos conformamos con asumir la única conclusión razonable, la que nos permite seguir adelante para así cargar con Junio, Julio, Agosto y sus respectivas memorias: que aquel verano idílico (el que en cada caso fuere) tan largo, tan emocionante, tan dulce e insoportablemente amarillo, fue también con toda seguridad un verano nunca-sucedido, un paraíso perdido que –como en la canción de Iván Ferreiro– nunca perdimos porque nunca tuvimos, y que solamente está en nuestra cabeza. 

jueves, 20 de junio de 2013

PERDER Y RECUPERAR


Le perdí el respeto a mi profesor de filosofía del instituto cuando, al preguntarle a qué se refería exactamente Anaximandro cuando hablaba del ápeiron, me contestó que aquel concepto era más bien una metáfora de índole poética. El respeto quedó restablecido cuando, años más tarde, en quinto de carrera, otro formidable profesor me hizo ver que Anaximandro estaba más allá de la filosofía, de la poesía o de la mística, pues había reunido el valor necesario para escribir, en una sola y enigmática línea, “la única Verdad que merece ser grabada a fuego en las pieles de la Historia” (sic):

“Tubo de torbellino”.

Ahí es nada. Si existe algo más perfecto, que baje Hegel y lo lea.


(P. S. de última hora): Si por cualquier razón –sea ésta The following, Homeland o (Dios no lo quiera) Juego de tronos– también usted está perdiéndole el respeto a las series de televisión, quizás ha llegado el momento de recuperarlo revisitando la todavía insuperada Los Soprano, obra maestra de David Chase protagonizada por el entrañablemente brutal James Gandolfini, que en paz descanse.

lunes, 17 de junio de 2013

COLEGA, ¿DÓNDE ESTÁ MI REVOLUCIÓN?


De un tiempo a esta parte (esta parte del mundo, de la conciencia) usted viene sospechando que abrir un periódico en domingo, con lo a gusto que se está en el sofá escuchando –qué sé yo– a Mahler, es como poco una locura de cuatro pares de vaginas. Porque locuras suele encontrar, indefectiblemente, el que noticias busca entre sus páginas; esto es empírico, señores. Sin embargo, a veces conviene seguir exponiéndose al impreso sinsentido dominical, aunque sólo sea para conectar el “locurómetro” y así comprobar hasta qué punto incluso el mundo de la publicidad (que es de lo que tratan realmente los periódicos) está perdiendo definitivamente la chaveta.
¿Recuerdan aquello del “turismo revolucionario”? sí, hombre: aquello de quedar con los amigos en verano para coger un avión a Cuba y hacer todos juntos “La ruta del Ché”, ataviados con camisetas serigrafiadas made in Bangladesh de hoces y martillos. También estaba la variante rusa, claro, consistente en rendir pleitesía al cadáver incorrupto del camarada Lenin para acabar alcoholizado a base de vodka en la Plaza Roja. Pues bien, resulta que una conocida agencia de viajes decide ahora dar otra vuelta de tuerca al ya manido concepto ofreciéndonos una experiencia turística irrepetible –ojo, que no me lo estoy inventando: El País, domingo 16 de junio de 2013, pag. 33 (edición impresa)–: “Viaja a Corea del Norte. La oportunidad de vivir una experiencia única”. Las aclaraciones del anuncio (que viene a toda página, a todo color y a todo Régimen, fotografía de un sonriente Kim Jong-un con bandera estrellada incluida) contribuyen a despejar cualquier tipo de duda: “No está permitido el acceso a periodistas y fotógrafos”. “No se podrá utilizar su tarjeta SIM ni dispositivos GPS”. “No está disponible el acceso a internet”. “Restricciones de vestimenta”. Todo ello, cómo no, adornado con símbolos de prohibición de lo más atractivo sobre cálido fondo anaranjado. Se ofertan un “Tour Julio” y un “Tour Agosto”, ambos de 8 días/7 noches, con salidas desde Pekín, desde 1450 euros. ¿A qué están esperando? No se lo piensen: todavía están a tiempo de plantarle cara al Imperio.

Tras discutir (y posteriormente rechazar) con mi no-esposa la posibilidad de que el periódico o la agencia de viajes nos estén gastando una monumental broma, ya sólo me resta lamentarme, repetirme una y otra vez el viejo mantra: Colega, ¿dónde está mi revolución? Y lo que es peor: ¿Dónde no está? Porque estoy convencido de que, si algo hay más peligroso que la derecha autoritaria, ese algo es la derecha autoritaria disfrazada de resistencia trendy.

jueves, 13 de junio de 2013

ESCALANDO LA MONTAÑA DEL RIDÍCULO


Un servidor pensaba que, tras el ya tristemente histórico "cospedalazo", al Think Tank del Partido Popular no le quedaría más remedio que convocar una reunión de emergencia a fin de repartir bozales (o despidos procedentísimos) entre sus dirigentes menos dotados para el arte de la oratoria. Me equivocaba, claro. Ahora resulta que un cínico Carlos Floriano se afana en aclararnos –indignado el tío, no se lo pierdan– que a efectos prácticos el (llamémosle) descuido fiscal de su compañero de filas, García Escudero, viene a ser poco menos que una bendición para las arcas públicas. En fin, pobre hombre. Menuda putada le han hecho; la declaración le sale a pagar.
Algún día tendremos que explicarles a nuestros hijos –esos mismos que en el peor de los casos Gallardón nos forzará a alumbrar de cualquier modo– cómo fue posible esto de conjugar tan perfectamente, en un solo gobierno, la desfachatez y el conservadurismo más atroces de la historia de la democracia. Mientras algunos se divierten escalando la montaña del ridículo, usted va dejando de creer en la política institucional como motor de cambio y yo sigo dejándome caer cada tres meses por las oficinas del INEM para renovar la tarjeta del paro. Fuck yeah.

lunes, 10 de junio de 2013

VISIONES DEL FUTURO


Un telescopio tan potente que nos permita divisar, allá a lo lejos, nuestra propia nuca.

jueves, 6 de junio de 2013

LA FRASE-BOFETADA (Definición)


Dícese de aquella construcción sintáctica, generalmente (aunque no siempre) escrita por un Autor de indudable calidad literaria, cuyo grado de perfección termina por hacer mella –véase Síndrome de Stendhal– en la siempre atribulada mente del escritor-cachorro, al que no le queda más remedio que asumir, tras haberla releído varias veces, su evidente condición de mero aprendiz en el noble arte de juntar palabras. (Orgasmo intelectual).
Ej. “(…) tan impresionado se sentía ante la maravilla de aquel breve abismo de realidad absoluta abierto entre dos falsas llamaradas de vida ficticia”.
(V. Nabokov, Ada o el ardor).

lunes, 3 de junio de 2013

LOS DEDOS DE UNA MANO AMPUTADA


Los amigos –esas personas que se cuentan con los dedos de una mano amputada– conservan a veces su disposición al diálogo abierto y desnudo que los hace dignos merecedores de tal nombre. Si esas veces también nosotros somos capaces de estar a la altura de las circunstancias, de desnudarnos frente al espejo deformante sin llevarnos la mano a los genitales, es probable que nuestro reflejo nos cuente –vía amigo– un par de cosas importantes que creíamos haber olvidado. Un buen amigo nos recuerda quiénes fuimos, quiénes somos, quiénes queremos ser y, en el peor de los casos, por qué dejamos de ser amigos. El mejor amigo es el que desvela sin pudor todas las trampas de la amistad para regalarnos a cambio un par de verdades pequeñas, difícilmente explicables o aplicables; como aquella de que no tiene ningún sentido taparse las vergüenzas con una mano amputada. Y menos frente a un espejo hecho de dedos que en realidad son nuestros.

jueves, 30 de mayo de 2013

CLIMATOLOGÍA ADVERSA DEL ALMA


Momentáneamente a salvo de tanta lluvia –vale que estemos en Galicia, pero también estamos a junio, por amor de Dios– termino el último de los relatos que conforman Lluvia de hielo y asumo que su autor, el suizo Peter Stamm, ha conseguido capturar en un libro del grosor de un lápiz la esencia de la climatología adversa del alma. A continuación cierro ese libro y recuerdo que hace algunos años, en Santiago de Compostela, mientras trataba de llegar a mi facultad, se desató una tormenta (con aguacero incluido) tan desproporcionada que me obligó, por no llevar paraguas, a refugiarme en una cafetería del casco histórico. “Habrá que esperar a que escampe”, me dijo el camarero con una sonrisa cómplice al verme entrar tiritando y calado hasta los huesos. Pedí un café con leche, hojeé la prensa y, desechada ya –por temeraria– la idea de asistir a clase, pensé en la naturaleza de la lluvia, en la lluvia misma, en el tiempo. Durante varias horas. Hasta el mediodía quizás, tomando maquinalmente un café tras otro. Afuera seguía lloviendo y ya está, me temo que eso era todo. Era sólo lluvia y yo estaba allí, encerrado, pensando en la lluvia, y no recuerdo nada más de aquel día excepto la lluvia.
La lluvia es a veces todo.

lunes, 27 de mayo de 2013

DECÁLOGO DEL BUEN LECTOR


Gracias a una de las últimas entradas del ineludible Moleskine literario de Iván Thays, descubro los "Diez derechos del lector" según Daniel Pennac, autor francés al que en algún momento debería hincar el diente. Ya saben de qué va esto, ¿verdad? Pues eso: como me estoy aficionando mucho últimamente a la frenética pulsión infantil del “culo veo, culo quiero”, he decidido dejarles aquí el mío (el decálogo, no el culo). Si no es molestia, claro.

1.      El mejor amigo del lector se llama María y se apellida Moliner.

2.      Como en los anuncios de neumáticos, la lectura sin control no sirve de nada.

3.      Cada lector podrá escoger libremente, según su estado de ánimo, si prefiere la lectura como refugio o como precipicio.

4.      Leer es valorar o no es en absoluto.

5.      Una palabra vale más que mil imágenes.

6.      El lector tiene todo el derecho del mundo a no leer “de todo un poco”.

7.      Leer no nos hace peores. Mejores tampoco.

8.      Cada libro es un faro. La mayoría están apagados.

9.      Toda obra es un libro. No todo libro es una obra.

10.  Perdonen que me levante: un buen lector usa marcador de páginas, no dobla jamás la esquina superior de las mismas. Hostia ya.

jueves, 23 de mayo de 2013

UN LIBRO


Un libro que contenga todas las palabras que sobran; un libro repleto de nombres y apellidos de asesores económicos ordenados por orden alfabético, oculto en un cofre que nadie osará abrir hasta el advenimiento del Apocalipsis. Con ese libro –no haya duda– venceremos a cualquier Satanás que tenga a bien aparecerse.

lunes, 20 de mayo de 2013

LLEGAR TARDE


No es tan fácil llegar tarde a todo; hacerlo exige una dedicación sigilosamente involuntaria, una suerte de determinación vocacional. A excepción quizá de las citas, sean éstas formales o no –mis amigos (y conocidos) podrán dar buena cuenta de mi escrupulosa puntualidad–, con demasiada frecuencia tengo la impresión de llegar con retraso a determinadas obras (las “Inmortales” sobre todo), a autores imprescindibles (si los hay) o a ciertas conclusiones ya asentadas. Recuerdo que hace unos años, por ejemplo, se me ocurrió recomendar a un amigo (lector) la magnífica colección de relatos Cazadores en la nieve, de Tobias Wolff. “Ya la he leído, claro”, me dijo; y “¿qué clase de cuentista eres tú? ¿En qué planeta vives?”, añadió en un tono benevolente que, al margen de sus deliberadamente cómicas intenciones, me resultó de lo más humillante. Desde entonces me digo a menudo –quizás a modo de terapia– no sólo que llegar tarde a las cosas no reviste mayor gravedad, sino que incluso puede ser muy útil a la hora de neutralizar prejuicios (como el de que es posible llegar demasiado tarde a alguna cosa, por poner otro ejemplo).
Todo esto viene a cuento de que he ido al cine a ver (o a dejarme hipnotizar por) la última película de Park Chan-Wook –si no tienen amigos “enteraditos” busquen directamente en Wikipedia–. He ido y he disfrutado, por cierto, de atmósferas oníricas, de arriesgados juegos simbólicos, de colores y de encuadres imposibles y, en definitiva, de una imparable sucesión de imágenes saturadas de quantums artísticos. Stoker, más que una película, es un genuino ejercicio de exploración de los límites del lenguaje cinematográfico que…bla-bla, bla-bla, bla-bla, etc., etc., etc… así que, hala, a verla. Que no era este el tema, vamos.
El caso es que, como siempre, vuelvo a llegar tarde. Me explico. Oí hablar por primera vez de Park Chan-Wook hace por lo menos ocho años. Me lo recomendó, tristemente, una persona cuyo criterio cinematográfico siempre me ha parecido sospechoso en casi todos los sentidos imaginables de la palabra. Así que puse al bueno de Park en cuarentena. Más tarde me pusieron a mí en guardia los comentarios elogiosos de colegas menos sanguíneos y mejor informados. Uno termina rindiéndose, claro, sobre todo si la última película del director postergado cosecha buenas críticas y además se estrena en los cines de su ciudad. Pero rendirse es en este caso llegar tarde, y llegar tarde, como decía al principio, no es cosa tan fácil, especialmente cuando la obra en cuestión es digna de ser reseñada: “¡A buenas horas, mangas verdes!” “¡Ahora viene usted a descubrirnos la pólvora!”; o sea, que sabes que muchos se abalanzarán sobre tu retrasado pellejo, y entonces asumes que Augusto Monterroso tenía toda la razón cuando escribió estas palabras:

“En sus artículos, en sus cartas, en sus diarios, los escritores franceses dicen siempre que releen, nunca que leen por primera vez a un clásico, como si en el liceo hubieran debido leerlo todo y un autor importante no leído fuera un total deshonor: «Releyendo a Pascal…», «Releyendo a Racine…». No siempre hay que creerles. Pero con esto hay que tener cuidado. Cuando en mi adolescencia leí un artículo de un famoso escritor guatemalteco que comenzaba confesando no haber leído nunca a Montaigne, le perdí todo respeto y escribí y publiqué una adolescente diatriba contra su ignorancia. Así que más vale: «Releyendo el otro día a Cervantes…».”

Pues eso: si, como un servidor, ustedes también se caracterizan por llegar tarde a todo, no hagan la estupidez de confesarlo en un blog. Y si les gusta Stoker no dejen de ver Old boy, pero háganlo en secreto para después mentir, frente a sus respectivos auditorios, asegurando haberla visto con anterioridad. Recuerden que Monterroso está de nuestro lado… y ya de paso, échenle una oreja al último disco de unos tales Mumford & Sons.

miércoles, 15 de mayo de 2013

LA VERDADERA MUERTE DE LA NOVELA


Anda Luis Goytisolo preocupado por la muerte de la novela, como si ésta no viniera demostrando sobradamente, desde el siglo XVII, su inagotable capacidad de reinvención. En lo que llevamos de siglo XXI, sin ir más lejos, hemos asistido a la publicación de obras tan diferentes como El mal de Montano, Los infinitos o 2666, artefactos complejos y ambiciosos que indudablemente cuestionan, sí, la naturaleza de la novela como género, pero sólo para, una vez más –no nos equivoquemos–, apuntalarla allá en lo alto, abriendo nuevos caminos literarios y anticipando límites borrosos y acaso inciertos que habrán de marcar (positiva o negativamente) los pasos de las próximas generaciones de escritores. La novela no sólo parece indestructible, sino que puede que además (como el Capitalismo o la Religión) en efecto lo sea; en cualquier caso no será tan fácil acabar sin más con ella. Otro problema muy distinto es el del fin de la novela como relato de ficción privilegiado que aspira a transformar la realidad en un sentido último y global; me temo que en este sentido nuestra vieja amiga se ha topado con un rival imprevisto e implacable, infinitamente más poderoso que el universo de la imagen, del cómic “adulto” o de las series televisivas “de calidad” –en el que tantas veces, y a excepción de ciertas (contadas) obras, uno tiene la sensación de que le están dando gato por liebre–, un enemigo que además muchos se empeñan, irresponsablemente, en disfrazar de Ciencia. No les quepa la menor duda (que diría Mariano Rajoy) de que si hay un discurso que hoy por hoy disputa a la novela su reinado en el terreno de la ficción, ese discurso es la Economía. Otra vez la Economía, estúpidos.
No debería extrañarnos que, en un futuro mucho más próximo de lo que quizá pensamos, los dudosos “autores” del BCE o del FMI, escondidos tras sus siglas, vengan a reemplazar a Foster Wallace y J. Franzen, y aun a la realidad misma, en los manuales de Literatura de este nuevo milenio. Sorpresa, sorpresa. Ahora pueden ustedes echarse a temblar –yo ya llevo un buen rato haciéndolo–: de producirse, la verdadera muerte de la novela vendrá a manos de los peores economistas, aquellos que ni siquiera serán capaces de asumir su condición de usurpadores de lo ficticio.
¡Ah, Economía! ¡Vendrá la muerte y tendrá tus dígitos!

lunes, 13 de mayo de 2013

FUERON, SON, SERÁN


Si Elias Canetti no se equivocaba y el metamorfosearse consiste en acoger simultáneamente dentro de sí la multiplicidad disgregadora de pulsiones y voliciones que nos ha conformado –y aun nos conforma y conformará– sin renunciar a la unidad esencial del espíritu, entonces espero ser algún día ese señor que detenga sus ojos cansados en estas páginas para sentenciar: “Si alguna vez pensé todas estas estupideces es porque tuvieron, tienen, tendrán cierto sentido; y además no sólo son mías, sino que también fueron, son, serán yo”. Aunque yo sea a partir de entonces, irremediablemente, él o cualquier otra cosa.

jueves, 9 de mayo de 2013

LAS DIEZ MEJORES


A todos nos ha visitado alguna vez el espíritu de Georges Perec, forzándonos a confeccionar listas absurdas e inoperantes cuyo propósito –si lo tuvieran– suele permanecer oculto incluso después de haber rematado la no pocas veces tortuosa empresa. Hacer una lista (una lista de verdad, una lista valorativa, un Top Ten, pongamos por caso) es como resolver un crucigrama: son cosas que uno hace para huir del tedio, rechazando, en efecto, la finalidad instrumental de los propósitos, pero exigiéndose al mismo tiempo cierto grado de responsabilidad. Por eso podemos decir que una persona que deja un crucigrama a medias es un canalla –eso lo sabemos todos– y que un amante de las listas, independientemente de la potencial relevancia o difusión de las mismas, hace las suyas comprometiendo a fondo su integridad moral. Hoy, echando un furtivo vistazo a algunas de las libretas digamos personales que he ido amontonando en un cajón durante los últimos años, compruebo –para mi sonrojo– que, de entre todas las listas descabelladas que pueblan sus páginas, acaso la más objetiva y, por tanto, universalizable, sea una que lleva por título “Las diez mejores marcas de galletas que, sin estar totalmente cubiertas de chocolate, sí presentan una cantidad aceptable de tal producto” (me guardo, por cierto, los resultados, que no estamos aquí para hacer publicidad). Ridícula ocurrencia, dirán ustedes. De acuerdo. Pero déjenme decirles –esta vez para mi orgullo– que, casi cuatro años después de su creación, mi lista sigue plenamente vigente, resistiendo (y sin despeinarse) cualquier contraargumento, objeción o enmienda imaginables, lo cual me lleva a pensar que está más cerca de la inmortalidad que ningún otro artefacto mío.
Los caminos del escritor son inescrutables.

lunes, 6 de mayo de 2013

DEFINICIÓN DE ABSURDO


¿Definición de absurdo? Fácil.

(1)
Sales a pasear por Pontevedra un sábado cualquiera –el sol generoso y el cambio de escenario, que se agradecen– y, ya en el casco histórico, frente a la estatua de Valle-Inclán, te cruzas con los mismísimos Faemino y Cansado. Al principio dudas, claro, pero tu novia corrobora echando la vista atrás, “Sí, son ellos”. Detienes tu marcha y piensas: absurdo. Entonces sonríes y te acuerdas de Kierkegaard, por supuesto. Entre otras cosas.

(2)
También recuerdas cómo, hace ya muchos años, tu padre volvió de un congreso médico en Londres emocionado porque había coincidido en Heathrow con el putísimo David Bowie. “Le habrás pedido un autógrafo ¿no?”; pero conocías la respuesta de antemano: tu padre era (y en parte sigue siendo) una persona cabal que jamás se rebajaría a la absurda liturgia del mitómano. Daños colaterales: tus amigos no iban a creerte, claro. El Viejo se encogió de hombros y pensaste: absurdo. No hay pruebas. Hay que joderse.

(3)
Volviéndote hacia los reyes del humor absurdo le dices a tu novia: “Voy a pedirles un autógrafo”. Ella, más que sonreír, se ríe directamente de ti. Sabe algo que tú tampoco ignoras, y es que estás a punto de comportarte como el típico cretino provinciano que quizás nunca has dejado de ser. “No es para mí: es para mi padre”, te justificas. Absurdo. “¡Bendito seas, Luis!”, escribe Cansado en tu libreta. Agradeces el gesto, vuelves a pensar en David Bowie y finalmente comprendes que ese autógrafo, más que un regalo para el Viejo, es el secreto cumplimiento de una venganza surrealista.

jueves, 2 de mayo de 2013

MALÉVOLO BERNHARD


Veinticinco años después de su muerte, la prosa de Thomas Bernhard sigue siendo un misterio, un laberinto inmisericorde de oraciones subordinadas que eleva el recurso de la reiteración a categoría de arte. Así, sin tregua, sumiendo al (sufrido) lector en un estado de hipnosis difícilmente explicable y demostrando que una sucesión de palabras, convenientemente dispuestas, puede llegar a desencadenar reacciones físicas que trascienden lo puramente literario, Bernhard es capaz de convertir cada página en un pequeño infierno, en una angustia palpable.
Sirva de ejemplo este fragmento de El sobrino de Wittgenstein:
“(…) Sólo que Paul tiraba ininterrumpidamente por la ventana su riqueza mental exactamente lo mismo que su riqueza en dinero, pero mientras que su riqueza en dinero quedó muy pronto definitivamente tirada por la ventana y agotada, su riqueza mental era realmente inagotable; la tiraba ininterrumpidamente por la ventana y ella se multiplicaba (al mismo tiempo) ininterrumpidamente, cuanto más de su riqueza mental tiraba por la ventana (de su cabeza), tanto más aumentaba esa riqueza, eso es al fin y al cabo lo característico de esas personas que al principio están locas y finalmente son calificadas de dementes, el que cada vez más y de forma cada vez más ininterrumpida tiran su riqueza mental por la ventana (de su cabeza) y, al mismo tiempo, en esa cabeza suya, su riqueza mental se multiplica con la misma rapidez con que la tiraron por la ventana (de su cabeza). Cada vez tiran más riqueza mental por la ventana (de su cabeza) y, al mismo tiempo, esa riqueza se hace cada vez mayor en su cabeza y, como es natural, cada vez más amenazadora, y finalmente no pueden seguir tirando la riqueza mental (de su cabeza) y su cabeza no aguanta ya esa riqueza mental que se multiplica constantemente en su cabeza y se acumula en esa cabeza suya, y explota. Así explotó sencillamente la cabeza de Paul, porque no pudo seguir tirando la riqueza mental (de su cabeza).”
Cuando uno termina de leer estas líneas no puede evitar preguntarse si el malévolo Bernhard, transformando las palabras en afecciones, no le habrá inoculado un poco de la locura de su personaje (de su cabeza), enfermándolo quizás para siempre. Aunque la respuesta fuese afirmativa, siempre sería menos grave que padecer otras enfermedades, como la de tener que soportar una vida sin genios, sin Literatura; una vida que, en definitiva, resultaría mucho más absurda y enfermiza sin los impagables delirios del gran Thomas Bernhard.