lunes, 5 de agosto de 2013

HÉROES MORALES DEL ARTE OCULTO


A estas alturas comentar las bondades de una película como Searching for sugar man es poco menos que una obviedad, sobre todo teniendo en cuenta la (por otro lado merecidísima) atención que ha recibido en los últimos meses, no ya sólo en el ámbito de la crítica cinematográfica, sino además, y muy particularmente, en la (digamos) “blogosfera cultureta”. Es por ello que no voy a reseñarla en modo alguno –menudo coñazo las reseñas, ¿no creen?–; así que nevermind, que de eso nada. Me limitaré a dejar por escrito, donde todo el mundo pueda verlo, que su protagonista, Sixto Rodríguez, es un auténtico factótum digno de entrar a formar parte en un improbable imaginario colectivo de “Héroes Morales del Arte Oculto”, donde quizás compartiría, a su muerte y por méritos propios, habitación o sala de estar con el perturbado Van Gogh, el incomprendido Ed Wood o el invisible y microgramático Robert Walser. Viendo el multi-premiado documental de Malik Bendjelloul uno no puede dejar de preguntarse, incrédulo, cómo: cómo es posible que la música de un artista tan personal, tan lúcido, pasara completamente desapercibida en Estados Unidos; cómo pudo ser que sus canciones arraigaran tan rotundamente y en diferido ¡en la Sudáfrica del Apartheid!; cómo se las ingenió la turbia industria musical para que el (literalmente) pobre Sixto no recibiera ni un dólar, en concepto de derechos de autor, por la tremenda cantidad (millones) de discos que estaba vendiendo, sin su conocimiento y contra todo pronóstico –y casi contra el sentido común–, al otro lado del Atlántico. Cómo, joder; cómo. Cómo diablos el Destino se ha permitido el lujo de hacer trabajar a Rodríguez, durante toda su vida, como humilde reparador de tejados en Detroit.

Preguntándome precisamente cómo, me voy a la cama. Cierro los ojos y pienso, imagino al héroe en su madriguera. Casi de espaldas al mundo, se empeña en afinar su vieja guitarra española en una habitación mortecina. Lleva unas enormes gafas de sol, extremadamente oscuras, que ocultan gran parte de su cara. Mejor así, me digo antes de dormirme. Porque es así como puedo concluir sin ruborizarme que Sixto Rodríguez se parece un poco a Kafka.