A estas
alturas comentar las bondades de una película como Searching for sugar man es poco menos que una obviedad, sobre todo
teniendo en cuenta la (por otro lado merecidísima) atención que ha recibido en
los últimos meses, no ya sólo en el ámbito de la crítica cinematográfica, sino
además, y muy particularmente, en la (digamos) “blogosfera cultureta”. Es por
ello que no voy a reseñarla en modo alguno –menudo coñazo las reseñas, ¿no
creen?–; así que nevermind, que de
eso nada. Me limitaré a dejar por escrito, donde todo el mundo pueda verlo, que
su protagonista, Sixto Rodríguez, es un auténtico factótum digno de entrar a
formar parte en un improbable imaginario colectivo de “Héroes Morales del Arte
Oculto”, donde quizás compartiría, a su muerte y por méritos propios,
habitación o sala de estar con el perturbado Van Gogh, el incomprendido Ed Wood
o el invisible y microgramático
Robert Walser. Viendo el multi-premiado documental de Malik Bendjelloul uno no
puede dejar de preguntarse, incrédulo, cómo:
cómo es posible que la música de un artista tan personal, tan lúcido, pasara
completamente desapercibida en Estados Unidos; cómo pudo ser que sus canciones
arraigaran tan rotundamente y en diferido ¡en la Sudáfrica del Apartheid!; cómo se las ingenió la
turbia industria musical para que el (literalmente) pobre Sixto no recibiera ni
un dólar, en concepto de derechos de autor, por la tremenda cantidad (millones)
de discos que estaba vendiendo, sin su conocimiento y contra todo pronóstico –y
casi contra el sentido común–, al otro lado del Atlántico. Cómo, joder; cómo.
Cómo diablos el Destino se ha permitido el lujo de hacer trabajar a Rodríguez,
durante toda su vida, como humilde reparador de tejados en Detroit.
Preguntándome
precisamente cómo, me voy a la cama. Cierro los ojos y pienso, imagino al héroe
en su madriguera. Casi de espaldas al mundo, se empeña en afinar su vieja
guitarra española en una habitación mortecina. Lleva unas enormes gafas de sol,
extremadamente oscuras, que ocultan gran parte de su cara. Mejor así, me digo
antes de dormirme. Porque es así como puedo concluir sin ruborizarme que Sixto
Rodríguez se parece un poco a Kafka.