jueves, 1 de agosto de 2013

EL DISCRETO ENCANTO DE LO FALLIDO


Me gustan los relatos que quieren dejar de ser relatos para convertirse en otra cosa. Cada vez me siento más fuertemente atraído por los relatos forzosa y deliberadamente “fallidos”, aquellos en los que el autor pretende dar cuenta de un fragmento de Verdad (ficticia o no-ficticia) tan inestable, tan desligada del clásico esquema lógico de causa-efecto, que dicha Verdad se escurre frase tras frase, párrafo tras párrafo, dando lugar a un estado-de-cosas singular, sólo aparentemente inconexo, que en realidad refiere de un modo extraño y sutil a un-otro-algo que nunca somos capaces de apresar en su totalidad, poética o semióticamente hablando, por muchas veces que los hayamos leído. Son relatos que, en definitiva, uno nunca acaba de leer, y quizás en esto residan sus fortalezas y nuestros no siempre bienvenidos desconciertos.

Tres ejemplos muy diferentes entre sí:

“El despoblador”, de Samuel Beckett (en Relatos).
“Radicales libres”, de Alice Munro (en Demasiada felicidad).
“Ante el Rey de Suecia”, de Quim Monzó (en El mejor de los mundos).