Tengo
que confesar que, vergüenza ajena aparte –y si digo “ajena” es precisa,
literalmente, porque a lo largo de mi vida me he venido atiborrando (y a mucha
honra) de anticuerpos intelectivos de calidad en cuanto a nacionalismo(s) se
refiere–, durante las últimas semanas me lo estoy pasando teta con la “Escalada
de Tensión” (es un decir, comprendan) entre las autoridades españolas y las
“británicas” (es un-otro decir) a propósito del cuento-de-nunca-acabar en el
Peñón de Gibraltar. La cosa va tal que así, atiendan: si los unos se dedican a
sumergir bloques de hormigón en las zonas de pesca españolas, los otros
endurecen los controles en la “Frontera” (un-otro-otro decir); si los unos
acusan de contrabando al vecino, los otros denuncian la supuestamente
generalizada evasión fiscal de los llanitos (esa que tanto les cuesta perseguir
en su propio país); si los unos se vienen a hacer maniobras en plan bullying con la “Armada Invencible 2.0.”
(parece que ya estaba previsto con anterioridad; una lástima), los otros “se
reservan” (me encanta la expresión: tiene un puntito mafioso la mar de
encantador) todas las acciones legales pertinentes contra los “Ocupantes”. Unas
risas muy guapas, que diría mi hermano pequeño; rollito Malvinas, pero
más a lo soft. Ciertamente hilarante.
Luego
están los nacionalistas periféricos que, al igual que un servidor –y como es
lógico, por otra parte–, se alegran públicamente o en secreto del ridículo
“Patrio”, como si ellos no hubiesen abrazado ya el ridículo con anterioridad (y
bien recientemente) por medio de fórmulas tan reseñables –y equivalentes– como
las siguientes (a saber): “Antes catalanes que de izquierdas” (ERC dixit, sirviéndose del sofisma político
más peligroso de todos, ese que asegura que izquierda y nacionalismo son
conceptos compatibles); “Todos os nosos folgos cos compañeiros e compañeiras da
revolución bolivariana” (en un mitin del BNG, como si el nacionalismo
venezolano en que se apoya la “Revolución” –un-otro-otro-otro decir– no hubiese
contribuido a demonizar sistemáticamente desde las instituciones al respetable
disidente); “Nosotros estamos del lado de todas
las víctimas” (esto último prefiero no comentarlo; ustedes saben: las arcadas).
Me
pregunto ahora cómo se le podría explicar todo esto a un niño, al típico chaval
inteligente y tocapelotas que un domingo cualquiera, mientras lees el
periódico, te asalta sin más preguntándote a bocajarro “¿De qué va toda esta
mierda, papi?”. Gracias a dios (sí, con minúscula, como “nacionalismo”) no
tengo hijos, porque estoy seguro de que en tal caso zanjaría la cuestión con un
escueto “Son todos unos hijos de puta, neno”, otra fórmula capciosa que no se
ajusta demasiado a lo que algunos entendemos por pedagogía.