lunes, 30 de diciembre de 2013

PROYECTO LITERARIO


El día 26 de junio de 1954, el gran Julio Ramón Ribeyro escribía estas líneas en La tentación del fracaso:
“Los treinta años será mi punto de referencia. Si a esa edad no me encuentro en condiciones de publicar algo duradero, podré reconocer que me he engañado lamentablemente sobre mi vocación y que es tiempo de cambiar de oficio. Mientras tanto esperemos sin perder la esperanza”.
Pues bien, ahora toca confesar: acabo de cumplir treinta años. Fíjense que hasta me he dejado bigote.
Creo que ha llegado el momento de reorientar este blog, así que, emulando descarada y torpemente las directrices del Maestro, pongamos de una vez las cartas sobre la mesa…

1.      Antecedentes:
En agosto de 2009 terminé las correcciones de mi primer libro de relatos. Razonablemente satisfecho del resultado, opté por enviarlo a concurso. Hombre A, Hombre B resultó finalista en la XIII edición de los Premios Mario Vargas Llosa NH de Relatos (2010), en la modalidad de mejor colección inédita. Ganó, por supuesto, Cristina Peri Rossi. Yo tenía entonces veinticinco años.

2.      La sorpresa:
A raíz de (1), cierta editorial gallega se interesó por publicar mi obra. A falta de mejores ofertas, acepté. Firmamos un contrato en el que pactábamos que el libro saldría al mercado en el primer semestre de 2011. Finalmente no fue así. La editorial cayó en concurso de acreedores, dando al traste con todo lo anteriormente convenido (y firmado). Seguí escribiendo.

3.      La determinación:
Asumí de una vez por todas que un escritor joven, inédito, parado, periférico, mal relacionado y absolutamente desconocido –centrado, para colmo de males, en el género del cuento– sólo puede aspirar a una cosa: escribir más, escribir mejor, independientemente de si sus obras se publican o no. A eso me he dedicado, prácticamente a tiempo completo, durante los últimos cinco años.

4.      El proyecto:
El proyecto es que no hay proyecto, porque ya he hecho lo que tenía que hacer. Tengo cinco libros inéditos metidos en un cajón, listos para ser publicados. Cada uno de ellos es, si me lo permiten, mejor que el anterior. De todos modos he decidido presentarles el ya referido Hombre A, Hombre B, por ser el único avalado con una mención relativamente importante.

A partir del próximo lunes, y a razón de dos relatos semanales, iré colgando en este blog la totalidad de esa obra con la no-tan-secreta esperanza de que algún editor valiente decida apostar por ella y se anime a publicarla. No descarto hacer lo mismo con las siguientes.

Nota: Todos los relatos que se van a mostrar en esta página web figuran –a mi nombre, como es obvio– en el Registro de la Propiedad Intelectual.

Todos los derechos reservados.

martes, 3 de diciembre de 2013

DEYECCIÓN Y COPROFAGIA


Por razones que quizá tengan más que ver con los indeseados efectos secundarios de cierto tratamiento médico que con una deliberada voluntad de relectura, últimamente me descubro hojeando las páginas de algunos de mis diaristas favoritos (Renard, Gide, Pavese, Ribeyro), transitoriamente ajeno a la tiranía de las tramas y los personajes, de las ficciones o los capítulos –naturaleza obliga–. Adoro el ego mutante de Renard, empeñado en viajar del autodesprecio a los delirios de grandeza en cuestión de días; me intriga la erótica poliédrica de Gide, que sin dejar de estar profundamente enamorado de su mujer encontró el modo de separar el amor del sexo (e incluso la heterosexualidad de la homosexualidad) para entregarse sin contradicciones a su amante Marc; siento escalofríos tras verificar los inequívocos rastros caligráficos de una profecía autocumplida en lo tocante al suicidio de Pavese y me compadezco del Ribeyro más bohemio, ese que, de paso por Madrid, se dedicó a dilapidar las escasas ayudas familiares que le restaban en putas, libros y alcohol como si no hubiera un mañana. Todos dudan, todos saben, todos sufren. Todos ellos se preguntan qué será de sus escritos y lamentan las oportunidades perdidas, los pasos en falso, las páginas menos logradas. Se desesperan. Sobreviven. A veces callan o se comportan como auténticos cretinos. Otras brillan como dioses. Todo esto me lleva a pensar que es quizás en los grandes diarios donde reside la más sublime imperfección de la Literatura: leerlos es bajar a la sala de máquinas del Genio para comprobar el colosal misterio de los engranajes, de las válvulas y los motores, pero también la suciedad de los lubricantes, la grasa, el hollín nauseabundo. La miseria. Lo excrementicio tiene aquí un espacio que no ha lugar en una novela, en un relato, en un poema, en un ensayo…
El atractivo de lo residual.
La escritura como deyección y la lectura como coprofagia.


P.S. Me reservo la próxima entrada –que será la nº 100 de este blog– para el 30 de diciembre, día de mi cumpleaños. Puedo adelantarles que habrá sorpresa… Y que estoy muy loco.