Le
perdí el respeto a mi profesor de filosofía del instituto cuando, al
preguntarle a qué se refería exactamente Anaximandro cuando hablaba del ápeiron, me contestó que aquel concepto
era más bien una metáfora de índole poética. El respeto quedó restablecido
cuando, años más tarde, en quinto de carrera, otro formidable profesor me hizo
ver que Anaximandro estaba más allá de la filosofía, de la poesía o de la
mística, pues había reunido el valor necesario para escribir, en una sola y enigmática
línea, “la única Verdad que merece ser grabada a fuego en las pieles de la
Historia” (sic):
“Tubo
de torbellino”.
Ahí es
nada. Si existe algo más perfecto, que baje Hegel y lo lea.
(P. S.
de última hora): Si por cualquier razón –sea ésta The following, Homeland o
(Dios no lo quiera) Juego de tronos–
también usted está perdiéndole el respeto a las series de televisión, quizás ha
llegado el momento de recuperarlo revisitando la todavía insuperada Los Soprano, obra maestra de David Chase
protagonizada por el entrañablemente brutal James Gandolfini, que en paz descanse.