Los amigos –esas personas que se cuentan con los dedos de una mano amputada– conservan a veces su disposición al diálogo abierto y desnudo que los hace dignos merecedores de tal nombre. Si esas veces también nosotros somos capaces de estar a la altura de las circunstancias, de desnudarnos frente al espejo deformante sin llevarnos la mano a los genitales, es probable que nuestro reflejo nos cuente –vía amigo– un par de cosas importantes que creíamos haber olvidado. Un buen amigo nos recuerda quiénes fuimos, quiénes somos, quiénes queremos ser y, en el peor de los casos, por qué dejamos de ser amigos. El mejor amigo es el que desvela sin pudor todas las trampas de la amistad para regalarnos a cambio un par de verdades pequeñas, difícilmente explicables o aplicables; como aquella de que no tiene ningún sentido taparse las vergüenzas con una mano amputada. Y menos frente a un espejo hecho de dedos que en realidad son nuestros.
lunes, 3 de junio de 2013
LOS DEDOS DE UNA MANO AMPUTADA
Los amigos –esas personas que se cuentan con los dedos de una mano amputada– conservan a veces su disposición al diálogo abierto y desnudo que los hace dignos merecedores de tal nombre. Si esas veces también nosotros somos capaces de estar a la altura de las circunstancias, de desnudarnos frente al espejo deformante sin llevarnos la mano a los genitales, es probable que nuestro reflejo nos cuente –vía amigo– un par de cosas importantes que creíamos haber olvidado. Un buen amigo nos recuerda quiénes fuimos, quiénes somos, quiénes queremos ser y, en el peor de los casos, por qué dejamos de ser amigos. El mejor amigo es el que desvela sin pudor todas las trampas de la amistad para regalarnos a cambio un par de verdades pequeñas, difícilmente explicables o aplicables; como aquella de que no tiene ningún sentido taparse las vergüenzas con una mano amputada. Y menos frente a un espejo hecho de dedos que en realidad son nuestros.