O ese
otro momento en que descubres (redescubres, asumes nuevamente) que el miedo más
atroz, el más puntiagudo, el Miedo de los tres picos –ese tan terrible que sólo
se puede representar gráficamente, con su vertiginosa eme mayúscula– es en
realidad pura prefiguración del miedo, anticipación abstracta del mismo,
semilla no ya potencial sino efectivamente potenciada,
forzosamente posibilitadora, totalizante, estadio previo del horror que todavía
no se teme en concreto, pero que se prevé
temiendo –involuntaria y constantemente– ese otro momento.