Lo más
peligroso del estado de estupidez generalizada que se vive en nuestro país
desde el advenimiento de la crisis (porque la crisis enriquece y envilece a
unos pocos y deprime y cabrea a la gran mayoría, esto es, estupidiza en ambos casos) quizá sea la tendencia acrítica a
relativizar la propia estupidez, así como la estupidez propia. Resulta que como los poderosos han alcanzado un nivel de
estupidez difícilmente igualable, algunos se han convencido de que se puede
hacer el estúpido en menor medida,
casi en plan “poético”, amparándose en el razonamiento de que las pequeñas
estupideces que uno comete pasarán desapercibidas (y hasta serán aplaudidas) en
comparación con las estupideces atroces perpetradas desde las Altas Esferas.
Algo así debió de pensar el diputado de la CUP que insultó y amenazó con una
sandalia a Rodrigo Rato en el Parlamento catalán: “Yo no soy el estúpido, oiga:
el estúpido es este sinvergüenza al que trato en vano de amedrentar; el
estúpido es este ladrón que juega con los ahorros de tanta pobre gente”. Pues
claro que sí, amigo de la CUP. Y usted también lo es, pero menos ¿no? Y como es
usted menos estúpido casi podría parecer que actúa correctamente. Pero no
vayamos a equivocarnos: la estupidez del otro no le resta un ápice de estupidez
a su conducta. Al Parlamento se va a parlamentar, como su propio nombre indica;
no es territorio apto para macarras. Le alegrará saber, sin embargo, que si
tuviéramos que elegir entre Rato y usted (disyuntiva improbable), nos quedaríamos
con usted –qué remedio–. Eso sí: con una pinza en la nariz y pastillas para las
náuseas, no vaya a ser la vomitona. El mismo procedimiento podría aplicarse en
caso de optar por Xosé Manuel Beiras en Galicia, por poner un ejemplo más
cercano. De todas formas, las arcadas de rigor no nos las quita nadie. A ver si
comprendemos de una vez que la estupidez de la Derecha no basta por sí sola
para ocultar la de la supuesta Izquierda.