jueves, 14 de febrero de 2013

ESCRIBIR EN SERIO


Tengo un amigo –una persona extremadamente sensible e inteligente– que está contemplando la posibilidad de (en sus propias palabras) ponerse a escribir en serio. Su reciente impulso me ha hecho pensar precisamente en eso, en la diferencia entre escribir-para-pasar-el-rato (que es lo que algunos, sin mayores pretensiones, hacemos en nuestros respectivos blogs, por ejemplo) y escribir-en-serio (que vendría a ser lo que yo mismo intento cuando no estoy perdiendo el tiempo en esta página web). Miren: si hay algo que odio es dar consejos; el consejo es siempre una forma camuflada de narcisismo. De hecho no descarto que la fórmula “escribir en serio” constituya en sí misma un desajuste lingüístico en lo relativo a las capacidades reales de cada escritor. Escribir en serio, lo que se dice escribir en serio, está al alcance de (llámenme elitista) muy poca gente, gente que seguramente no tenga nada que ver conmigo. A propósito de todo esto, déjenme aclarar que nunca he dudado de las capacidades de mi amigo, al que no me cuesta imaginar alzándose con el Premio Herralde de Novela. Pero como llevo varios años dejándome la vida sobre el papel y además me han pasado cosas tan insólitas como esta (a pesar de lo cual mi obra permanece inédita), a veces pienso que sencillamente no vale la pena tomarse la escritura (la vida) demasiado en serio. En definitiva, creo que escribir en serio consiste no sólo en alcanzar el límite de nuestras posibilidades escritoras, sino en sobrepasarlo con creces. Ahora díganme: ¿cómo se hace eso? ¿Es posible?
Hace muchos años mi padre me dio el único consejo que no me importaría compartir con un amigo: “En esta vida no basta con hacer todo lo que uno puede: hay que hacer más de lo que se puede”. Delicioso sofisma. Mucha suerte, querido N. Espero que tengas más que la que yo estoy teniendo, no sólo a la hora de publicar, sino muy especialmente de cara a –como decía Píndaro– llegar a ser lo que eres.