jueves, 25 de diciembre de 2014

EL ASNO DE BURIDÁN


       El filósofo que llega a un cruce de caminos y piensa en la futilidad de nuestras decisiones cotidianas. Si elijo el camino de la izquierda, dice para sí, llegaré antes al pueblo. Sin embargo, cogiendo el sendero de la derecha, disfrutaré del paisaje que me ofrecen las montañas y el paso del río. Hoy no tengo demasiada prisa, razón por la cual debería tomar el sendero, pero también es cierto que está anocheciendo y el bosque no es un lugar muy seguro para nadie a estas horas. Debería ir por la izquierda. Ahora bien, la vida del filósofo debe incluir ciertas dosis de riesgo, pues este tipo de experiencias ayuda a recapacitar sobre la propia vida (derecha). Vida que, por cierto, debería tratar de preservar, estando como estoy persuadido de su valor (izquierda). De todos modos, el valor de la propia vida es relativo a una determinada situación histórica, y hemos de reconocer que el siglo XXI es una época muy desagradecida con los pensadores (derecha). Precisamente por eso, quizás mi deber es permanecer entre los seres humanos (izquierda). Pero, planteando ya el problema en su radicalidad: ¿por qué elegir? ¿Por qué?
       El filósofo se quedó a vivir en el cruce de caminos. Algunos vecinos le llevan comida de vez en cuando, y actualmente se le considera el hombre más inteligente de la comarca. Pero yo no dejo de figurarme –no sin cierta malicia– lo que pasará el día en que alguien le pregunte sus razones para no moverse de allí.