Les
dejo aquí un fragmento de Magma
(Spurious), interesante (e irregular) debut literario de Lars Iyer.
Atención a la parábola, que bien podría resumir la Historia de la Literatura
desde el punto de vista de la Creación:
“W. me
recuerda la lección hasídica que Scholem narra hacia el final de su gran
estudio sobre el misticismo judío.
Cuando
se enfrentaba a una gran tarea, el primer
rabino, de quien poco se sabe –su nombre y los detalles de su vida permanecen
envueltos en un velo de misterio–, iba a cierto lugar en los bosques, encendía
un fuego y meditaba en oración; y lo que quería conseguir se cumplía.
Una
generación después, el segundo rabino
–se desconoce su nombre y sólo han trascendido unos pocos detalles sobre su vida–,
al enfrentarse a una tarea de similar dificultad, iba al mismo lugar en los
bosques y decía, “Ya no sabemos encender el fuego, pero todavía podemos orar”.
Lo que quería conseguir se cumplía.
Pasó
otra generación, y el tercer rabino
–cuyo nombre ha llegado hasta nosotros, aunque sigue siendo, a pesar de ello,
una figura legendaria– fue a los bosques y dijo, “Ya no sabemos encender el
fuego, ni conocemos las meditaciones secretas propias del orador. Pero
conocemos el lugar apropiado en los bosques, y eso debe ser suficiente”. Y lo
que el rabino quería conseguir se cumplió.
Pasó
otra generación, y quizá otras más, quién sabe, y el cuarto rabino –su nombre es bien conocido, y todavía vive entre
nosotros–, enfrentado a una difícil tarea, simplemente se sentó en su sillón y
dijo: “No sabemos encender el fuego, no sabemos rezar las oraciones, no
conocemos el lugar, pero podemos contar la historia de cómo se hacía entonces”.
Y eso también fue suficiente: lo que quería conseguir se cumplió.
Hubo un
quinto rabino que Scholem olvidó;
bueno, en realidad no era un rabino, dice W. Se llama Lars, y de él sabemos
demasiado. Olvidó dónde estaban los bosques, e incluso que tenía una tarea que
cumplir. Sus oraciones también cayeron en el olvido; y si meditaba, lo hacía
sobre el destino de Jordan y Peter André. Terminó prendiéndose fuego a sí mismo
y a su amigo W. con las cerillas que llevaba encima y los bosques ardieron
hasta las raíces. Y después el fuego se propagó al mundo entero, los océanos
hirvieron y el cielo quedó arrasado por el fuego y fue el fin del mundo.”
Apuesto
a que no soy el único que se imagina al cuarto rabino leyendo en su sillón,
contando la historia del “cómo” y confundiendo su propia identidad con la de
Enrique Vila-Matas.