Entre
relato y relato a veces toca lanzarse a la vida, esa sucesión de incógnitas
grotescas (vecinos, supermercados, viandantes, semáforos) que algunos
incomprensiblemente prefieren al mundo de las palabras –mucho mejor ordenado y,
sin lugar a dudas, más cabal–; quizás menos real, pero sí más verdadero. Pocos
entienden que la Realidad y la Verdad son dos ámbitos no ya enemistados, sino
simplemente antitéticos: Verdad es el Quijote, mientras que Realidad es la
Inquisición Española; Verdad es el Comunismo, Realidad es el Gulag; Verdad es
Europa, Realidad es el Eurogrupo; Verdad es belleza, Realidad es aproximación;
Verdad es lo que usted querría ser, Realidad es usted a secas. Y no sé usted,
pero yo así, a secas, pierdo mucho. Sin embargo cuando me siento y escribo, por
ejemplo, “Soy un ser humano”, descubro que sobre el papel no soy menos humano
de lo que fue Shakespeare, si alguna vez se sentó a escribir lo mismo.
Pensándolo mejor, olviden el condicional: Lo real y el papel (o la pantalla) se
repelen mutuamente. Como el despertador del lunes y el recuerdo de las
carcajadas del sábado.