Intuyo
que al señor Rajoy le gusta la EPA cuando calla, porque está como ausente, pero
no debería ignorar que los datos escandalosos son también personas
legítimamente cabreadas que de vez en cuando, además de hablar, señalan
culpables y demandan soluciones, como es lógico. Estamos hablando (de) 6
millones de parados, el 27% (!) de la población activa –se dice pronto–; una
demostración cuasi empírica de que las políticas de austeridad, empezando por
la desastrosa reforma (anti)laboral y terminando por los incesantes (re-re-re)recortes
en los servicios públicos, nos conducen inequívocamente a la miseria social, al
“emigra o muere”, al desahucio y a la náusea. ¿O no? Pues miren, a juzgar por
la actitud del Ejecutivo se ve que, como diría Joaquín Reyes, “efectivamente y
no”, o dicho de otro modo, que todo esto es opinable y que estamos sacando las
cosas de quicio. Guay.
Uno se
pregunta ahora dónde está el “porcentaje de ebullición” –éste sí incontestable–
que más tarde o más temprano transformará a las masas desempleadas en una
verdadera amenaza para el orden social (y ríase entonces usted de los
escraches); pero también conviene preguntarse –aunque resulte un poco más
incómodo, claro– a partir de qué porcentaje de parados (o desahuciados,
desnutridos, etc.) podríamos empezar a hablar de violencia del Estado contra
sus ciudadanos. “Es que no es el Estado, es Europa”, dirán algunos. Pero la
pregunta en cualquier caso no varía y yo la dejo aquí a modo de defensa, sin
aspavientos, desde la ingenuidad más radical y con todo el pacifismo del mundo.
Los que
todavía creemos en Europa como utopía realizable –pobres de nosotros– esperamos
y merecemos una respuesta.