lunes, 5 de noviembre de 2012

LA POLÍTICA DEL MIEDO


“Nunca más, mientras yo sea alcaldesa de Madrid, cederemos, alquilaremos o consentiremos en ningún edificio del Ayuntamiento un evento como éste”. Son palabras de Ana Botella, a propósito de la catástrofe del Madrid Arena, que encarnan a la perfección los atávicos recursos de la política del miedo: partiendo de hechos escalofriantes (sucedidos o susceptibles de suceder), el poder sugiere o directamente impone, a modo de solución, medidas desproporcionadas –y sin embargo retóricamente eficaces– que a menudo se traducen en un flagrante recorte de las libertades civiles y del sentido común. No es nada nuevo, y tampoco se trata de recursos que podamos adscribir exclusivamente a la derecha o a la izquierda políticas, al pensamiento religioso o al laico: no se preocupen, que aquí hay para todos. La pena de muerte en los USA, por ejemplo, está basada en el miedo a las reinserciones fallidas, a los monstruos que ellos mismos producen. La abstinencia sexual sigue siendo, para el Vaticano, la mejor solución contra los embarazos no deseados y la plaga del VIH. El gobierno cubano lleva décadas rechazando el pluripartidismo, aduciendo que el invasor yanqui podría aprovechar el cambio para infiltrarse en el sistema. Y muchos políticos españoles “de centro” (¿qué será eso?) abominan del Estado de la Autonomías, no vaya a ser que la pluralidad institucional acabe por romper España. Todos echan mano del miedo, presentando la mutilación como respuesta adecuada y legítima. Todos fingen (quizás sin saberlo) que la Retórica de Aristóteles nunca ha sido escrita. Y sin embargo ahí está, desde el siglo IV a. C. (para el que se tome la molestia de echarle un vistazo, claro).