Cada
vez que me pica la curiosidad pienso que la historia de la curiosidad y la
historia de los picores son la misma historia. Y que la sarna, con gusto, no
pica. Y que ese gusto lo proporciona el rascarse. Y que rascarse es aprender. Y
que los que no rascan no aprenden. Y que rascarse los huevos es también, a fin
de cuentas, rascar. Y entonces ya no comprendo nada, porque, si todo el mundo
rasca, entonces no rasca nadie. Puede que la diferencia entre la curiosidad y
los huevos (u ovarios) determine la ambición y el futuro de cada uno de
nosotros; es una posibilidad. Por eso, cada vez que me pica la curiosidad trato
de ubicarla físicamente. Y así sigo, básicamente en las mismas, preguntándome
qué me pica realmente –no vayan a ser los huevos–.