Ese hombre que se resguarda de la lluvia bajo los soportales de la estación ferroviaria tiene al menos tres razones para asesinar a su hermano mayor. La primera, de corte económico, alude a una serie de turbios desmanes que en los últimos años provocaron la ruina de aquél a manos de éste. La segunda, de orden moral, se remonta a la adolescencia de ambos y está relacionada con el juicio (erróneo) de que un objeto de deseo (animado) es algo susceptible de ser “robado”. La tercera, de carácter estético –y, por tanto, verdaderamente definitiva–, tiene su razón de ser en la indiscutible belleza física del asesinado potencial, fuente inagotable de complejos para un hermano menor que podríamos calificar, sin caer en la exageración, de contrahecho. Estas tres razones, que nosotros podemos permitirnos el lujo de enumerar, en calidad de observadores externos, no son para ese hombre más que una confusa intuición, una indiferenciada nebulosa de rabia que, pudiendo desatarse en cualquier momento, finalmente no lo hace. Y es que mientras él permanezca refractario a desentrañar, análisis racional mediante, las razones objetivas que acaso tenga para acabar con la vida de su hermano mayor, el salto del “analizar” al “pensar”, del “pensar” al “decidir” y del “decidir” al “actuar” estará abocado a una rigurosa imposibilidad lógica. Quizás es por eso que ese hombre que ahora abandona el resguardo de los soportales de la estación ferroviaria se dirige tranquilo, despreocupado y, en definitiva, dueño de sí, a la casa de sus padres, donde compartirá mesa, comida y charla dominical con un hermano al que sabe que no podrá asesinar hasta haber comprendido, no ya que tiene buenas razones para hacerlo, sino además qué razones y de qué tipo exactamente. “Es mejor así”, repite para sus adentros, y negándose a razonar –“por el bien de todos”, sentencia– sigue caminando bajo un aguacero que tampoco comprende.
Mientras tanto, yo espero a ese hombre en la esquina de Avenida Restauración con Calle Princesa para, con el pretexto de acompañarlo, hacerle recapacitar sobre dos o tres asuntos que juzgo dignos de su interés.