Recuerdo
que hace cuatro años –quizá cinco, poco importa– mi amigo R. y yo fuimos a ver
una obra de teatro. Cuando nos encontrábamos ya en nuestras respectivas
butacas, esperando en silencio el comienzo de la función, descubrí a R. serio y
meditabundo; “algo va mal”, me dije, y decidí preguntarle qué le preocupaba.
“As veces penso que o Ser non pode ser unívoco”, fue su única respuesta. En
aquel momento supe que R. siempre había sido (y ya siempre sería) una persona
mucho más inteligente que yo, y que más me valía conservar su amistad durante
el resto de mi cochina vida –si acaso mi intención era convertirme en una
persona de provecho–.
Hoy he
recibido una inesperada llamada telefónica de R. “¿Que fixeches hoxe?”, me
pregunta. “Salí a volar una cometa”, respondo. “Magnífico xeito de pasar o
día”, sentencia.
Me
avergüenza reconocerlo, pero a veces necesito que me recuerden que el Ser no
puede ser unívoco, que hacer volar una cometa es una buena excusa para pasar la
tarde y comprobar, de paso, que la textura del viento-que-hace-volar-cometas
difiere por completo de la del viento-normal-y-corriente.
¡Todos
pendientes de la muerte de Chávez y de la elección del nuevo Papa, trágicamente
olvidados de las cosas esenciales, del Ser y la cometa!