De
entre todas las grandes decisiones tomadas por Charles M. Schulz a lo largo de
los casi cincuenta años que duró la tira cómica Peanuts (Carlitos y Snoopy en
España), podríamos destacar una que a muchos parecerá insignificante a pesar de
su poliédrico significado: La sempiterna ausencia de la “Chica Pelirroja”.
Sabemos
que Carlitos está profundamente enamorado de ella –quizás de un modo platónico,
proyectivo, pero enamorado a fin de cuentas– y también sabemos que, cada vez
que intenta acercársele, ya sea físicamente o por medio de cartas, el contacto
resulta finalmente frustrado por causas diversas (timidez, tardanza, miedo,
malos entendidos, etc.). Hasta aquí lo que nos es dado conocer, porque la chica
pelirroja permanece siempre “escondida”, “vedada”, y no sólo para el propio
Carlitos, sino también a nuestros ojos lectores: Schulz no quiere mostrárnosla,
o, dicho de otro modo, está especialmente interesado en mostrarnos su evidente
ausencia. Así, el autor recurre al fuera de campo, al sombreado opaco o a la
mera mención como únicas vías de acceso al fantasma. Carlitos la quiere; eso es
cierto. Ella no está, pero se la espera. El recurso funciona a la perfección: todos
queremos, esperamos cosas, personas, fantasmas, algo; a veces hasta el punto de
relegar la existencia efectiva de ese “algo” a un cómodo segundo plano. Pues
bien, en ese segundo plano, sombreado o fuera de campo, donde la existencia
real no importa demasiado, vive, paradójicamente, el deseo abstracto del
auténtico existencialista: viven La Gran Calabaza y la Chica Pelirroja, pero
también Godot y la absolución de K., el Monstruo del Lago Ness y el sobrecito
dorado de Nescafé, Thomas Pynchon y Perry, Zeus y Alá, la Revolución del
Proletariado y el Superhombre, y todo lo que usted desea que exista y que, en
virtud del sólo desear, al menos para usted ya existe sin necesidad de ser
mostrado. Como la remontada del Barça antes de la remontada del Barça. Puede
jurarlo por el mismísimo Snoopy.