(1)
Cuando
uno quiere hacer un experimento, necesita un laboratorio. Esto es así. Y si ese
experimento es además una aberración potencialmente peligrosa para el conjunto
de la sociedad, entonces el laboratorio que lo impulse debe estar aislado, en
la periferia, donde no llame la atención. En un lugar casi secreto. En Chipre,
por ejemplo.
(2)
–¿Y si
hacemos que los pequeños ahorradores carguen con toda esta mierda?
–Sería
la hostia, pero no creo que traguen.
–Tiempo
al tiempo… si eso lanzamos un globo-sonda…
–Necesitaríamos
el visto bueno del Eurogrupo.
–No
habrá problema: empezamos con un país irrelevante y a ver qué pasa.
–Estás
loco, tío.
–Como
todos los que trabajamos aquí, no te jode…
(3)
Hay
experimentos cuya principal finalidad es sentar un precedente, lanzar una
advertencia, acojonar, en definitiva, al ya suficientemente acojonado personal:
“Ojo, que también podemos hacer esto”. Así, independientemente de los
resultados de ese experimento, siempre habrá quien empiece a percibir –por
comparación– los recortes, los atropellos o las sangrías que nuestro(s)
gobierno(s) lleva(n) años perpetrando como una terapia necesaria y aun
deseable. La fórmula es sencilla: para que sigan tragando con lo malo,
enseñarles lo peor. Y si lo peor todavía no existe, pues se inventa y se
muestra. Aunque sea en plan “micro”, en las afueras. En Chipre, por ejemplo.