lunes, 12 de agosto de 2013

VERGÜENZA (LITERALMENTE) AJENA


Tengo que confesar que, vergüenza ajena aparte –y si digo “ajena” es precisa, literalmente, porque a lo largo de mi vida me he venido atiborrando (y a mucha honra) de anticuerpos intelectivos de calidad en cuanto a nacionalismo(s) se refiere–, durante las últimas semanas me lo estoy pasando teta con la “Escalada de Tensión” (es un decir, comprendan) entre las autoridades españolas y las “británicas” (es un-otro decir) a propósito del cuento-de-nunca-acabar en el Peñón de Gibraltar. La cosa va tal que así, atiendan: si los unos se dedican a sumergir bloques de hormigón en las zonas de pesca españolas, los otros endurecen los controles en la “Frontera” (un-otro-otro decir); si los unos acusan de contrabando al vecino, los otros denuncian la supuestamente generalizada evasión fiscal de los llanitos (esa que tanto les cuesta perseguir en su propio país); si los unos se vienen a hacer maniobras en plan bullying con la “Armada Invencible 2.0.” (parece que ya estaba previsto con anterioridad; una lástima), los otros “se reservan” (me encanta la expresión: tiene un puntito mafioso la mar de encantador) todas las acciones legales pertinentes contra los “Ocupantes”. Unas risas muy guapas, que diría mi hermano pequeño; rollito Malvinas, pero más a lo soft. Ciertamente hilarante.
Luego están los nacionalistas periféricos que, al igual que un servidor –y como es lógico, por otra parte–, se alegran públicamente o en secreto del ridículo “Patrio”, como si ellos no hubiesen abrazado ya el ridículo con anterioridad (y bien recientemente) por medio de fórmulas tan reseñables –y equivalentes– como las siguientes (a saber): “Antes catalanes que de izquierdas” (ERC dixit, sirviéndose del sofisma político más peligroso de todos, ese que asegura que izquierda y nacionalismo son conceptos compatibles); “Todos os nosos folgos cos compañeiros e compañeiras da revolución bolivariana” (en un mitin del BNG, como si el nacionalismo venezolano en que se apoya la “Revolución” –un-otro-otro-otro decir– no hubiese contribuido a demonizar sistemáticamente desde las instituciones al respetable disidente); “Nosotros estamos del lado de todas las víctimas” (esto último prefiero no comentarlo; ustedes saben: las arcadas).

Me pregunto ahora cómo se le podría explicar todo esto a un niño, al típico chaval inteligente y tocapelotas que un domingo cualquiera, mientras lees el periódico, te asalta sin más preguntándote a bocajarro “¿De qué va toda esta mierda, papi?”. Gracias a dios (sí, con minúscula, como “nacionalismo”) no tengo hijos, porque estoy seguro de que en tal caso zanjaría la cuestión con un escueto “Son todos unos hijos de puta, neno”, otra fórmula capciosa que no se ajusta demasiado a lo que algunos entendemos por pedagogía.