lunes, 20 de mayo de 2013

LLEGAR TARDE


No es tan fácil llegar tarde a todo; hacerlo exige una dedicación sigilosamente involuntaria, una suerte de determinación vocacional. A excepción quizá de las citas, sean éstas formales o no –mis amigos (y conocidos) podrán dar buena cuenta de mi escrupulosa puntualidad–, con demasiada frecuencia tengo la impresión de llegar con retraso a determinadas obras (las “Inmortales” sobre todo), a autores imprescindibles (si los hay) o a ciertas conclusiones ya asentadas. Recuerdo que hace unos años, por ejemplo, se me ocurrió recomendar a un amigo (lector) la magnífica colección de relatos Cazadores en la nieve, de Tobias Wolff. “Ya la he leído, claro”, me dijo; y “¿qué clase de cuentista eres tú? ¿En qué planeta vives?”, añadió en un tono benevolente que, al margen de sus deliberadamente cómicas intenciones, me resultó de lo más humillante. Desde entonces me digo a menudo –quizás a modo de terapia– no sólo que llegar tarde a las cosas no reviste mayor gravedad, sino que incluso puede ser muy útil a la hora de neutralizar prejuicios (como el de que es posible llegar demasiado tarde a alguna cosa, por poner otro ejemplo).
Todo esto viene a cuento de que he ido al cine a ver (o a dejarme hipnotizar por) la última película de Park Chan-Wook –si no tienen amigos “enteraditos” busquen directamente en Wikipedia–. He ido y he disfrutado, por cierto, de atmósferas oníricas, de arriesgados juegos simbólicos, de colores y de encuadres imposibles y, en definitiva, de una imparable sucesión de imágenes saturadas de quantums artísticos. Stoker, más que una película, es un genuino ejercicio de exploración de los límites del lenguaje cinematográfico que…bla-bla, bla-bla, bla-bla, etc., etc., etc… así que, hala, a verla. Que no era este el tema, vamos.
El caso es que, como siempre, vuelvo a llegar tarde. Me explico. Oí hablar por primera vez de Park Chan-Wook hace por lo menos ocho años. Me lo recomendó, tristemente, una persona cuyo criterio cinematográfico siempre me ha parecido sospechoso en casi todos los sentidos imaginables de la palabra. Así que puse al bueno de Park en cuarentena. Más tarde me pusieron a mí en guardia los comentarios elogiosos de colegas menos sanguíneos y mejor informados. Uno termina rindiéndose, claro, sobre todo si la última película del director postergado cosecha buenas críticas y además se estrena en los cines de su ciudad. Pero rendirse es en este caso llegar tarde, y llegar tarde, como decía al principio, no es cosa tan fácil, especialmente cuando la obra en cuestión es digna de ser reseñada: “¡A buenas horas, mangas verdes!” “¡Ahora viene usted a descubrirnos la pólvora!”; o sea, que sabes que muchos se abalanzarán sobre tu retrasado pellejo, y entonces asumes que Augusto Monterroso tenía toda la razón cuando escribió estas palabras:

“En sus artículos, en sus cartas, en sus diarios, los escritores franceses dicen siempre que releen, nunca que leen por primera vez a un clásico, como si en el liceo hubieran debido leerlo todo y un autor importante no leído fuera un total deshonor: «Releyendo a Pascal…», «Releyendo a Racine…». No siempre hay que creerles. Pero con esto hay que tener cuidado. Cuando en mi adolescencia leí un artículo de un famoso escritor guatemalteco que comenzaba confesando no haber leído nunca a Montaigne, le perdí todo respeto y escribí y publiqué una adolescente diatriba contra su ignorancia. Así que más vale: «Releyendo el otro día a Cervantes…».”

Pues eso: si, como un servidor, ustedes también se caracterizan por llegar tarde a todo, no hagan la estupidez de confesarlo en un blog. Y si les gusta Stoker no dejen de ver Old boy, pero háganlo en secreto para después mentir, frente a sus respectivos auditorios, asegurando haberla visto con anterioridad. Recuerden que Monterroso está de nuestro lado… y ya de paso, échenle una oreja al último disco de unos tales Mumford & Sons.