lunes, 24 de diciembre de 2012

PSICOANÁLISIS


Nada malo –yo lo sabía– podía pasarme con aquella toalla prendida al cuello, cubriéndome la espalda, la capa de Superman que alguna de mis tías habría sacado de la bolsa de playa para disfrazarme de superhéroe de las regiones arenosas, dispuesto a enfrentarse a los villanos invisibles de Cabo de Gata. Era un juego tonto, pero era mío y me lo tomaba muy en serio. Hacía expediciones desde la orilla a la carretera, sorteaba peligros en las dunas, sudaba, posaba para que me hicieran fotos.
Una toalla normal, azul y roja.
Con el paso de los años aquella capa improvisada fue sufriendo sucesivas transformaciones: de toalla de playa a videoconsola, de videoconsola a balón de fútbol, de balón de fútbol a libro de poemas, de libro de poemas a cigarrillo, de cigarrillo a guitarra, de guitarra a bloc de notas, de bloc de notas a Trankimazín 1 mg. Todas estas cosas tan sólo para sentirme más seguro, para volver a la playa y ser de nuevo aquel superhéroe que no conocía el miedo, pero sobre todo para recuperar la maravillosa sensación de que nada malo puede pasarme. Y no se lleven a engaño: llega un momento en que lo único que realmente funciona es la pastilla. Feliz Navidad.