Ella entorna los párpados cuando intuye que algo va a salir mal. Lo hace desde siempre, que yo sepa; al menos desde que la conozco. Entorna los párpados y arruga un poco la nariz, como si fuese a estornudar. No me gustó ver ese gesto en nuestra noche de bodas, un gesto que suele ser premonitorio aunque no por ello inmediato, pues la distancia temporal que media entre los párpados entornados y el algo que sale mal se estira normalmente hasta límites insospechados, impregnándolo todo con un aire de inminencia postergada. Así que no sabes si vas a resbalar en la bañera el año que viene, si van a matar a tiros a tu madre la próxima semana, o si a ella le va a dar por abandonarte la mañana siguiente. No se sabe qué, y lo peor no es eso, lo peor es que no se sabe cuándo. Ahí estaba yo, poniéndome en lo peor, que se jodía el matrimonio, que esta cabrona se echaba atrás o algo. No jodas, cari, le digo, y ella que me dice no hago nada, no entorno los párpados, no arrugo la nariz, son cosas tuyas. Y yo que le digo que la he visto, y ella que no, que de eso nada, ya ve usted, la muy puta, jodiendo nuestro matrimonio desde la primera noche, que prácticamente me forzó a abandonar la suite nupcial y ahora se atreve a protestar porque solicito la separación de bienes.