jueves, 25 de junio de 2015

FILOSOFÍA FICTICIA EN EL MUNDO ANTIGUO (VII)


          Áretes

       Áretes, al igual que Sócrates, ocupaba su tiempo libre –que era mucho– en aleccionar a los viandantes atenienses en cuestiones de moral. No obstante, aquél tuvo la decencia de legarnos, en contraposición al ágrafo filósofo, una considerable cantidad de escritos, entre ellos el famoso Acerca de la virtud.
     Si el método de Sócrates consistía en dar con las preguntas adecuadas, el de Áretes daba más importancia a las respuestas indescifrables, a los giros imprevistos. Así, mientras Sócrates se entretenía con sus “¿Qué es el bien? ¿Qué es el amor?”, Áretes zanjaba estos interrogantes con vehemencia: “El bien es el cadáver que descansa en la hierba”, o bien “el amor es amarillo y acaso un poco blando”, sentencias desconcertantes que le granjearon enemigos intelectuales por doquier, pero también –por qué no decirlo– algunos fieles seguidores.
       Cuando Sócrates fue acusado de impiedad y condenado a morir el año 399 a. de C., Áretes solicitó una última conversación a solas con él. Nadie sabe qué se dijeron en aquella hora escasa, pero el resultado es de todos conocido: en lugar de huir, Sócrates prefirió obedecer las leyes de la ciudad y morir. Al ser preguntado días después por los motivos del difunto, Áretes ofreció como única explicación un suspiro prolongado.
       Desde entonces todos los escritores hemos asumido que el suspiro prolongado es la mejor de las respuestas y, por lo tanto, la mayor aportación de Áretes a la historia de la filosofía, su peculiar obra maestra en el arte de contestar.