jueves, 11 de junio de 2015

FILOSOFÍA FICTICIA EN EL MUNDO ANTIGUO (III)


       Onmeónides de Elea

       Corría el siglo V a. de C. cuando Onmeónides de Elea concluyó que los problemas filosóficos más importantes del mundo griego, excesivamente compartimentados hasta el momento, remitían en realidad al mismo interrogante: ¿cómo distinguir la verdad de la apariencia? Onmeónides se decantó por identificar la verdad con la unidad y la quietud, y la apariencia con lo múltiple y lo cambiante. Se conoce que le pareció una buena idea, al menos hasta que tuvo que reconocer que su posicionamiento intelectual era indefendible en la vida práctica.
       En aquella ocasión un grupo de jóvenes eleatas le cerraron el paso en un sendero poco transitado. Cuando le hubieron rodeado, el más aguerrido de ellos dijo esto a Onmeónides: “Tú eres el filósofo que niega la verdad de lo múltiple ¿no? Pues ahora mismo mis amigos y yo vamos a propinarte múltiples patadas en el culo, pero no te preocupes, que tu dolor será sólo aparente”. Uno tras otro, los gamberros sometieron las nalgas del desafortunado filósofo al más humillante de los castigos, hasta que éste pidió clemencia y volvió, ultrajado y con el rabo entre las piernas, al centro de la ciudad.
      Cuando su amigo Parménides le preguntó el motivo de su enfado, Onmeónides confesó que su visión de la filosofía era incompatible con la preservación de su integridad física y que, por lo tanto, abandonaba definitivamente sus ambiciones intelectuales. Después relató el incidente, pero no quedó ahí la cosa.
       Al día siguiente Parménides, herido en lo más profundo de su alma por el abuso cometido contra su camarada, decidió salir al encuentro de los desaprensivos que habían puesto en duda tan exquisito razonamiento. Como éstos le superaban en número se ocultó tras unos matorrales y empezó a lanzarles piedras. “¡Que cese esta lluvia de proyectiles!”, gritó desesperado uno de ellos. Entonces Parménides, que permanecía seguro en su escondite, contestó: “¿Qué proyectiles? Yo os lanzo una sola piedra, ¿acaso tengo yo la culpa de que sus partes se hallen desperdigadas por todo el universo?”.
       Los gamberros no volvieron a molestar a Onmeónides, que quedó muy agradecido a Parménides y le animó a seguir escribiendo poemas.