jueves, 12 de junio de 2014

FUNERAL


       Abulio, cumplidos los sesenta y cinco, toda una vida de trabajo, cientos de ciudades visitadas, miles de libros leídos, decide no volver a salir de casa hasta que la muerte se lo lleve. Su querida Marifé, razonablemente preocupada, le pregunta si se ha hartado de vivir. Él contesta que, precisamente porque ama la vida, no quiere ver más, que ya ha visto todo lo que hay que ver, que así es la cosa y sanseacabó. Aquí me quedo yo hasta que la palme, vamos. Y tráeme un café que son las cinco, haz el favor.
       La Muerte, que a lo largo de su carrera ha visto ya de todo, se dirige a la casa de Abulio en cierto modo tensa y desconcertada. Primero duda entre ofrecerle a su víctima la clásica y muy cinematográfica partida de ajedrez, o bien llevárselo a rastras –pataleta y lloros incluidos–. Después recapacita para concluir que Abulio es un caso verdaderamente extremo: “Este señor está en mitad de ninguna parte; ama la vida y, sin embargo, se niega a vivir. ¿Qué puedo arrebatarle yo?”. Tras este razonamiento, la muerte da media vuelta sin haber llamado siquiera al portón que Marifé hubiese abierto de muy buena gana.
       Abulio, cumplidos los ochenta y cinco, toda una vida de trabajo, cientos de ciudades visitadas, miles de libros leídos, muere plácidamente en la cama de su dormitorio. Desde la noche anterior, una nota de La Muerte en la cómoda: “Con lo bien que ibas, sólo a ti se te ocurre asistir al funeral de Marifé”.