jueves, 14 de marzo de 2013

SNOOPY


De entre todas las grandes decisiones tomadas por Charles M. Schulz a lo largo de los casi cincuenta años que duró la tira cómica Peanuts (Carlitos y Snoopy en España), podríamos destacar una que a muchos parecerá insignificante a pesar de su poliédrico significado: La sempiterna ausencia de la “Chica Pelirroja”.
Sabemos que Carlitos está profundamente enamorado de ella –quizás de un modo platónico, proyectivo, pero enamorado a fin de cuentas– y también sabemos que, cada vez que intenta acercársele, ya sea físicamente o por medio de cartas, el contacto resulta finalmente frustrado por causas diversas (timidez, tardanza, miedo, malos entendidos, etc.). Hasta aquí lo que nos es dado conocer, porque la chica pelirroja permanece siempre “escondida”, “vedada”, y no sólo para el propio Carlitos, sino también a nuestros ojos lectores: Schulz no quiere mostrárnosla, o, dicho de otro modo, está especialmente interesado en mostrarnos su evidente ausencia. Así, el autor recurre al fuera de campo, al sombreado opaco o a la mera mención como únicas vías de acceso al fantasma. Carlitos la quiere; eso es cierto. Ella no está, pero se la espera. El recurso funciona a la perfección: todos queremos, esperamos cosas, personas, fantasmas, algo; a veces hasta el punto de relegar la existencia efectiva de ese “algo” a un cómodo segundo plano. Pues bien, en ese segundo plano, sombreado o fuera de campo, donde la existencia real no importa demasiado, vive, paradójicamente, el deseo abstracto del auténtico existencialista: viven La Gran Calabaza y la Chica Pelirroja, pero también Godot y la absolución de K., el Monstruo del Lago Ness y el sobrecito dorado de Nescafé, Thomas Pynchon y Perry, Zeus y Alá, la Revolución del Proletariado y el Superhombre, y todo lo que usted desea que exista y que, en virtud del sólo desear, al menos para usted ya existe sin necesidad de ser mostrado. Como la remontada del Barça antes de la remontada del Barça. Puede jurarlo por el mismísimo Snoopy.