Quizás para demostrar que en esto de la reconstrucción de países el empeño en ceñirse a una Hoja de Ruta no es más que una superstición pequeñoburguesa, las autoridades de Buronia (antes Reino de) decidieron rehacer la Capital del Estado sin prestar apenas atención o aun mero socorro a las múltiples ciudades de provincias todavía arrasadas por el hambre y los morteros. Imaginen pues el dudoso espectáculo, la estampa del progresivo regreso a la normalidad aplazada por la guerra, el vaivén de las grúas y el sudor de los operarios de la construcción que se afanan en restaurar el orden y los edificios de la Capital. Entre el enjambre de supervivientes, malolientes ellos –como todos los que sobreviven a costa del horror ajeno–, destaca una señora oscura o vestida de oscuro que se esconde de las patrullas ciudadanas en una bocacalle no demasiado estrecha, una señora no menos culpable, no menos inocente que el resto de damnificados, señora observadora y aparentemente inerte que aguarda la puesta de sol para llevar a cabo un plan cuyo fin ignoramos. Imaginen además que el día, fiel a su juramento, cede su lugar a la noche de los operarios dormidos y los bloques de hormigón exentos de vigilancia, y cómo esa señora oscura, doblemente oscurecida por la falta de farolas, primero duda, después echa a andar y más tarde se interna ya con sigilo en el edificio en ruinas más cercano a la bocacalle que, horas atrás, tan convenientemente le sirvió de guarida.
Interpreten.
La señora quiere un bloque de hormigón, claro; la pobre señora pobre de provincias necesita un pedazo de realidad material con que tapar algún boquete inoportuno (la metralla), un poco de maquillaje contra el viento para una casa que seguramente ya no lo es tanto y que quizás, a falta de una cuarta pared en condiciones, debería abandonarse sin remisión y con resignada nostalgia. Ya ven: la vieja historia de los perdedores de la Historia vieja, los anónimos, los provincianos, las señoras y los boquetes oscuros, las vidas y las verdades pequeñas, doblemente oscurecidas por la oscura necesidad de ser recordadas, esa necesidad que tanto y tan bien atrae la atención de los académicos más comprometidos. Pero síganme, se lo ruego, no aparten su mirada de la señora que, creyendo portar un amuleto singular y desproporcionado, antídoto de boquetes, echa a correr entre ruinas y cascotes, con zancada traviesa, levemente amortiguada (va descalza), la señora que de cuando en cuando y sin detener su marcha alza la vista asustada hacia las alturas, hacia el peligro que supondría en estos momentos un vigilante insomne (¡figúrese!), atento, armado, apostado en la azotea de algún edificio cercano, alguien que, como yo, como usted, como cualquiera que alcance a comprender y aun perdonar los caprichos de un destino oscuro e ineludible, no puede permitirse el lujo de hacer la vista gorda estando de guardia, porque en tal caso a ver cómo explicamos mañana que falta un bloque de hormigón de los de importación, de los buenos, sí, de los caros, a ver quién le cuenta al jefe, alguien que (por qué no decirlo) también echa de menos, sin saber muy bien por qué, la figura de un monarca incomprendido y cruelmente asediado por el populacho ignorante, presumiblemente encarnado aquí y ahora por una señora oscura que huye como sólo huyen las ratas, cuando todo está perdido, en mitad de la noche, a través de la mirilla recién calibrada de un rifle de asalto extraordinariamente preciso (primer francotirador de mi promoción) que, como todos los rifles de asalto de este mundo, muchas veces acierta y otras incluso mata y no es menos inocente ni tampoco menos oscuro.
Ahora dejen de interpretar y escuchen:
Así escribimos la Historia, con razón o sin ella, quienes velamos por la seguridad en la reconstrucción de la Capital de Buronia, donde señora es solamente señora, Jefe es sobre todo Jefe, hormigón es capital invertido y servidor es padre de familia numerosa con no menos numerosas deudas de juego. Y con esto y apretar el gatillo, si ustedes me lo permiten, quedará todo dicho.