lunes, 24 de octubre de 2016

PUNTO IMAGINADO


       Usted sabe –cree, intuye o simplemente no ignora– que existe (ha de existir) un punto imaginario en el que confluyen el relato, el poema y el ensayo. Ese punto le parece, además, una digna meta hacia la que dirigir su voluntad creadora, sus palabras, sus tercas ambiciones. Lo imagina encerrado (usted, el punto) en el centro exacto de un triángulo equilátero, un punto referencial acostado encima de otro punto perfectamente equidistante, neutro. Inmóvil (usted, el punto), imagina el movimiento de ese punto imaginario que, a fin de respetar los designios de la perfecta convergencia, sólo puede desplazarse verticalmente hacia arriba, hacia los improbables ojos imaginarios que contemplan desde fuera el triángulo que lo acoge. Si tuviéramos un plano, piensa usted, el movimiento de ese punto podría representarse aumentando sucesiva y progresivamente (fig. 1, fig. 2, fig. 3, etc.) su circunferencia: la ilusión del punto que se acerca a uno, a un-otro que obviamente no es, no puede ser usted, pues usted ocupa el centro a ras de triángulo. Imaginemos que los imaginarios ojos de ese un-otro imaginario que contempla el no menos imaginario punto ascendente en el centro del triángulo imaginado son dignos de confianza: ¿Qué verá ese otro? ¿Qué verá que usted no podría ver en modo alguno desde su posición? En efecto, un punto que crece. Pues bien: ese punto imaginario, al ascender, ese punto que visualmente se desparrama en el interior del triángulo hasta tocar simultáneamente sus tres paredes, sus tres lados –relato, poema y ensayo–, debe detenerse precisamente entonces, en otro punto imaginario, un punto que –usted asume– no le es dado contemplar, estando como está abajo. Debe, por lo tanto, confiar en los ojos imaginarios de ese-otro, alguien que se digne gritar “¡Alto!” desde arriba, antes de que el punto ascendente termine por devorar, a lo ancho y en perspectiva, los tres lados del triángulo, volviéndolo totalmente inservible (a usted, al otro, al punto, al triángulo).
       Es la única vía posible.
       Usted nunca hubiera pensado que la existencia del punto imaginario en el que confluyen el poema, el relato y el ensayo pudiese depender de los ojos de nadie. Finalmente tendrá que replantearse la naturaleza, la dignidad de su imaginaria meta, de su punto imaginado, de su lector improbable, y asumir que imaginar ese punto es también lanzar una plegaria o un sordo grito de socorro.