Siga en línea recta. Cuando llegue al primer cruce de caminos coja el primero a la izquierda y siga caminando sin prestar demasiada atención a una serie de imbéciles que tratará de hacerle perder el juicio a base de proclamas incendiarias. Tuerza entonces a la derecha hasta haber comprobado que se trata de un sendero viejo y oscuro, peor acaso que el anterior. Gire, vuelva sobre sus pasos cuantas veces desee, y cuando haya encontrado algún paraje digno de contemplación y alabanza recuerde que, por absurdo que parezca, debe usted continuar la marcha sin mirar atrás. No se deje confundir con espejismos, nunca deje de caminar. Dedíquese tan sólo a esquivar aglomeraciones, a buscar individuos –que haberlos haylos– entre la muchedumbre; evite compadecerse, pues la mayoría se halla tan confusa como usted. Si se dieran las condiciones adecuadas, entable diálogo con alguien –amistad incluso–, preste atención a ideas más inteligentes, más audaces que las suyas propias. No se prive de frecuentar avenidas secundarias, carreteras perdidas u olvidadas, poco y mal señalizadas, y (esto no es precisamente lo más fácil) haga cuanto esté en su mano por rodearse de personas mejores, más sabias que usted: ahí está la clave. De este modo, cuando a alguien le llegue el turno de preguntarle a usted lo mismo, siempre podrá contestar “No lo sé”, que es –además del consabido “Siga en línea recta”– la única respuesta válida en este extraño laberinto sin salida.