lunes, 8 de febrero de 2016

PREGÚNTALE A BORGES


       Cuando no consigo conciliar el sueño mantengo conversaciones ficticias con Borges. Le digo, por ejemplo, “Maestro, no hemos aprendido nada. Seguimos creyendo que escribir una novela es requisito indispensable para ganarse el respeto, para hacerse un hueco en el panorama editorial”. Él sonríe burlón. A veces replica “Usted siga a lo suyo”, y no sé si lo dice para darme ánimos (improbable) o sencillamente para desentenderse del tema. Esta noche le he dicho que estoy trabajando en un nuevo libro, y que mi intención es dar comienzo a esa obra con una cita suya. “¿Cuál?”, me pregunta. “Esa que dice que habría que inventar un juego en el que nadie ganara”, le respondo. Él esquiva mi pedantería –o la suya– con una carcajada borgiana, un Aleph sonoro en el que confluyen simultáneamente todas las carcajadas posibles: pasadas, presentes y futuras. “¿No le parece un buen encabezamiento?”, trato de averiguar, confundido. “Pues no, porque es un absurdo. No hay necesidad de inventar ese juego por la sencilla razón de que ese juego ya existe: es la vida”, zanja Borges. “¡Pero la cita es suya!”, repongo yo. “Usted lo ha dicho”, remata él. “Es mía”.
       Tanto me enfadé con Borges que al final le robé la cita de todos modos. Supongo que ahora él ansía, desde el otro lado, que mi libro sea un fracaso insalvable. A ver quién es el guapo que le lleva la contraria.