lunes, 23 de marzo de 2015

CUENTO DE NAVIDAD


       Entro en la cafetería. Es mi primera vez aquí. Me siento al fondo. Desde este rincón puedo ver, sin embargo, el gran ventanal que nos separa del exterior. Es una cafetería grande, llena de jubilados y mujeres feas; una cafetería decadente. Pido un café con leche y espero. Hace meses que espero algo, y esperar no siempre es agradable.
      Detengo ahora mi atención en una anciana que habla por su teléfono móvil. Doy un sorbo a mi café. Parece contenta –es lógico, Navidad–. Recuerdo que esta noche voy a cenar con mis hermanos. Me molesta el sonido del televisor. Sigo observando a la anciana. Viste un abrigo verde y bufanda naranja. Falda de vieja también; negra, ceñida, ligeramente por encima de las rodillas.
       No, no sé qué pasaría. Pero ¿qué pasaría, eh? No es fácil, ya, pero ¿qué sucedería si terminase mi café, me levantase súbitamente de mi asiento y pidiese matrimonio –no, matrimonio no: alguna guarrada inconfesable– a esa señora? ¿No es así como lo hace este tipo de gente? Quizás sea ella la que espera algo, quizás –sólo quizás– esté yo en disposición de poner punto y final a la espera.
        Me molesta el volumen del televisor.
      No lo he dicho todavía, pero la anciana del teléfono está justo delante de mí, en la mesa de enfrente. Ahora me sonríe. Termino el café de un trago. No creo que deba devolverle la sonrisa; no lo sé, es arriesgado. Quizás pagar, sí. Sí, definitivamente pagar, dejar algo de propina y abandonar el local y olvidarme de la anciana del abrigo verde. Huir, sí, sobre todo por la sonrisa, pero también porque me molesta el estruendo del televisor.
       Un señor relativamente joven –en cualquier caso más joven que la señora– acaba de entrar en la cafetería. Se acerca a hablar con ella. Seguramente no es su primera vez. Esto no lo puedo permitir. Ignoro si ya se conocen, pero él es demasiado atractivo. Me molesta el ruido del televisor y hace meses que espero algo. Pido otro café, la mirada fija en la bufanda naranja.