jueves, 8 de enero de 2015

LABERINTO Y MINOTAURO


       Dicen que en el laberinto vive un minotauro, pero yo no puedo estar tan seguro. Llevo meses encerrado aquí y no lo encuentro por ningún lado. He llegado a sospechar que no existe tal criatura, que se trata de la enésima leyenda, como las hadas o los grifos. Y sin embargo sigo buscando, arrastrado quizás por la épica del rito.
       Como suele decirse, lo peor fue al principio: una y otra vez recalaba en los mismos pasadizos, tomando las mismas direcciones incorrectas hasta perder el sentido de la orientación, pero nada; ni rastro del minotauro. Durante la primera semana abandoné la menor esperanza de encontrar la salida. El laberinto se desplegaba ante mis ojos como una sucesión incomprensible de caminos sin final.
     Tuve la suerte de contar en aquel momento con una paciencia infinita. Con total entrega y considerable precisión esbocé, cada noche, un pequeño mapa mental de la porción de laberinto que había transitado durante el día, a fin de recordar el punto exacto en que me hallaba al despertar. Al cabo de muchas jornadas comprendí que la construcción seguía una lógica interna muy compleja, pero a fin de cuentas cognoscible. Podía tardar meses en encontrar la salida, pero me animaba pensando que, en términos absolutos, estaba a un paso de abandonar el laberinto.
       Sin embargo, ahora que sé que el laberinto tiene sentido, lo que me parece absurdo es que no albergue un minotauro en su interior, y es por eso que, en vez de dar ese último paso que me separa del exterior, ya en la salida, doy media vuelta y sigo buscando con ahínco la última pieza del rompecabezas.