lunes, 19 de enero de 2015

DE ESPEJOS


       Vásiro, en un arrebato narcisista, decide llenar de espejos todos los rincones de su casa. Le gusta saber, desde que vive solo, que su imagen se multiplica por las diferentes estancias de su vivienda, que cada ángulo rebosa mismidad, ahora que ya nadie puede contemplarle. Los días pasan colmados de reflejos suyos, reflejos de su cara, de sus brazos, de su sexo, hasta que Vásiro repara, al fondo de un pasillo, en un espejo cuya existencia desconocía. El rectángulo muestra, además de su propio cuerpo, la imagen de un cadáver ensangrentado. Aterrorizado, Vásiro gira ciento ochenta grados para cerciorarse de que el cuerpo sin vida sólo habita en el espejo, pero descubre a sus espaldas la prueba de su sospecha inicial. Instintivamente corre hacia él; quiere comprobar quién es, si le conoce y, sobre todo, qué hace allí, en su casa. Cuando llega a su lado, una sólida barrera le impide tocarlo. Sólo entonces, asumida su condición, se detiene a contemplar los rasgos faciales del cadáver que yace en el suelo, ese hombre definitivamente muerto, tan parecido a aquel señor que decidió llenar de espejos todos los rincones de su casa.