jueves, 6 de marzo de 2014

SARA DURMIENDO


       Sara no sabe que, cuando a ella le da por dormir en el sofá, estando nosotros dos de sobremesa, el tiempo –literalmente– me ataca. Las manecillas del reloj que tenemos en la pared del salón se escapan de su cárcel-circunferencia y, sin previo aviso (pues tampoco Sara advierte la llegada de Morfeo cuando se está quedando dormida en el sofá), comienzan a repiquetear con sus extremos en mis sienes. Normalmente yo me enfado, pero suelo esperar pacientemente el despertar de Sara, que es en verdad lo único que puede aplacar la ira de las manecillas voladoras. Por cierto que cuando ella finalmente se despierta no me cree, y eso es lo peor de todo. Está convencida de que las marcas que tengo a ambos lados de la cara son de nacimiento, y así vive de engañada la pobre ingenua.