jueves, 27 de marzo de 2014

ROBERT GRAVES


       Y claro que le dije que no, que un libro de semejante calibre no puede comprarse a medias jamás, a pesar de ser el primer número de la colección y por muy barato que resulte, que es una ganga, venga, sólo éste, son sólo cinco miserables euros, y que tengo una pila de libros esperándome en casa y es una tontería consumista, pero fíjate que está encuadernado en piel y cómo me gustan los libros que huelen a zapato, y además resulta que habíamos discutido y no sé qué más, y no seas cutre (y yo que no soporto que me llamen cutre), y que si yo tengo dos euros sueltos, y que yo tengo algo más, y una cosa lleva inexorablemente a la otra como un síntoma de la evidente necesidad de reconciliación. 
       Robert Graves, Los mitos griegos, RBA, año 2004. No he vuelto a comprar un libro a medias en mi vida. Elena lo colocó en un lugar privilegiado sobre nuestra estantería grande del salón y poco a poco fuimos olvidándonos de él como se olvidan tantos otros ridículos triunfos de la vida conyugal. Tres años después conocí a Rebeca en mis clases de arte. Una tarde hablamos de Homero, de Sófocles y de Eurípides y, sin saber muy bien cómo, terminamos por acostarnos juntos en mi casa antes de que Elena volviese de su curso de doctorado. Nos despedimos con suma cordialidad, prometiéndonos sin ganas que aquello no volvería a pasar. Antes de irse, ya en el umbral de la puerta, me pidió que le prestara el libro, ¿Cuál? Aquel del que me hablaste en la facultad. Y yo se lo dejé. Nos besamos, hasta otra, y se acabó el cuento.
       Elena me preguntó algunos días después que qué había hecho con el libro. Se lo dejé a un amigo que lo necesitaba. Vale, dice, pero procura que te lo devuelva, y cómo no me lo va a devolver, mujer, que es un libro bueno y es un buen amigo, pero podrías haberme avisado, que el libro no es sólo tuyo, y tú te crees que puedes hacerlo todo sin consultarme, pero no te pongas así por un puto libro que sólo compramos por hacer la coña, y que no es el libro, que es todo, en general, que te da igual siempre lo que yo tenga que decir, y que ya sabía yo que tú nunca podrías cambiar, y que estoy harta y además llevo unos días queriendo hablar contigo y ni siquiera tienes tiempo para mí, pero vamos a ver, no creo que tengas derecho a tomar ahora el libro como una excusa, di la verdad, sólo necesitabas una excusa y ya la tienes ¿no? Porque nunca has tenido el valor para decirme que todo se ha acabado, c'est fini, y sabes perfectamente que nada ha sido lo mismo desde entonces, (¡¿desde cuándo?!) y nunca volverá a serlo, y para qué vamos a engañarnos, y tú estarás contento, menudo cínico, hablarme así ahora, dónde está nuestra vida después de tres años de relación, tirada a la basura, vete a la mierda cabrón, y que te jodan a ti también, imbécil. Pues ¿sabes quién tiene el libro? Una compañera de clase, una tía que me tiré una tarde porque ya no me acordaba de lo que era echar un buen polvo.
       Y entonces ya no había vuelta atrás.
     Elena me dejó al día siguiente, cogió sus cosas y se fue. Años después ambos recordamos, tras un fortuito encuentro en una cafetería, lo bien que nos había ido juntos, lo mucho que nos echábamos de menos, la imposibilidad de volver a estar juntos algún día... comprendimos, en definitiva, que habíamos destrozado una de esas escasas oportunidades, la oportunidad de ser felices, de compartirlo absolutamente todo. Y todo por culpa de aquella decisión fatídica, por culpa de ese acto de estupidez premeditada. En noches como ésta, la voz de la conciencia resuena en las paredes de mi habitación. De acuerdo, he sido un inmoral. Pero en mi defensa tengo que decir que, desde luego, he aprendido la lección: nunca, jamás, bajo ningún concepto se debe comprar un libro a medias.