lunes, 17 de marzo de 2014

DEDICATORIA


       Eusebio no sólo se ha propuesto escribir un libro sobre la señorita Yupanki, sino que además tiene la intención de dedicárselo expresamente a ella –en parte porque la idolatra, pero sobre todo porque la ama–. Como Eusebio anhela fervorosamente verse correspondido, escoge siempre con detenimiento cada estructura sintáctica, cada palabra y cada punto y aparte. Redacta Eusebio, con férrea periodicidad, las diferentes experiencias que ha compartido con la señorita Yupanki, y profundiza en sus recuerdos para otorgar legitimidad y coherencia al borrador inicial. Tanto escarba Eusebio que termina por prestar atención a un insignificante personaje secundario (Dalia), una amiga de Yupanki que compartió con él quince minutos escasos, una vez, en alguna cafetería de la zona vieja de su ciudad, le preguntó su nombre, descaradamente sonrió, esa sonrisa de enigmática esfinge, de heroína descompuesta, y jamás volví a verla, qué más da, un rostro apagado y sin importancia, apenas un conato de recuerdo entre tantos otros recuerdos inservibles, pero esos ojos me los guardo, esas palabras que a través de la distancia aún se me presentan austeras y amigables, “pareces majo”, palabras tan tontas, tan propicias al olvido que no llega, tan varadas en el tiempo, tan inoportunas, y quizás volvamos a vernos, y los meses solapándose, y los años, los años todavía, las malditas noches de insomnio sin motivo aparente, las ojeras permanentes y las facciones desorientadas, maldito el libro, maldito el corazón, malditas las líneas que estoy escribiendo, dedicándole a Dalia, A mi dulce y perversa Dalia, mi Dalia ya tan lejana.