El hombre que se compra un perro porque quiere enseñarle a hablar y le dice “habla, cabrón, que todo el mundo te entienda”, y el perro no contesta y se limita a mover el rabo.
La señora que, cansada de la postura del misionero, le pide sexo anal a su marido y éste le dice que es una guarra y le parte la cara sin miramientos.
El enano que sueña con alzas y tacones todos los domingos de madrugada.
El estudiante que fantasea con la idea de ser batería de jazz y descubre, acomplejado, que lo suyo es el pop de radiofórmula.
El ingeniero aeronáutico que escribe muy despacio poemas crípticos en los márgenes de las libretas, y luego borra los versos que ninguna editorial querría perderse.
El pirata que lee a Rousseau en sus ratos libres y observa a sus compinches y no comprende.
La serpiente que muerde al turista desprevenido y se queda sin veneno para sus diarias víctimas comestibles.
El barrio que se muere, que desaparece porque sí, sin necesidad de desalojos o demoliciones.
El corcho que flota en la superficie del mar, desdichado huérfano de la botella y de su mensaje.
El niño que llora en un rincón y, al ser preguntado, contesta que no le pasa nada.
La casa de las cucarachas infestada de seres humanos.
La cita íntima a la que no acude ninguno de los dos.
El escritor que enumera miserias varias porque cree, erróneamente, que escribir sobre la miseria consiste en poner ejemplos.