lunes, 12 de octubre de 2015

BASADO EN HECHOS FICTICIOS


       ¿Qué pasaría si ese hombre que camina calle arriba, cabizbajo y transido de frío, se dirigiera –como de hecho lo hace– hacia el café-bar Barlovento para plantarse en la barra y pedir al camarero un café cortado, depositase su abrigo azul en la banqueta vacía que tiene a mano derecha y estirase un brazo cualquiera para coger el periódico más cercano a su recién servida consumición?
       ¿Qué pasaría si ese hombre cabizbajo –especialmente ahora que se afana en descifrar los titulares– descubriera una noticia absurda que le hiciese sonreír de inmediato, una noticia, por ejemplo, plagada de faltas de ortografía o de errores de estilo, o bien sencillamente increíble o hilarante, como “Hallado hombre sin raciocinio en Nueva Guinea” o “Ya nunca llueve en Ginebra”, y ese hombre transido de frío pensara “Parece que estas noticias las escriben sólo para que yo me divierta”?
       ¿Qué pasaría si, una vez olvidada la noticia y borrada la mueca de divertimento de los labios de ese hombre cabizbajo, apareciese un segundo titular interesante en la página número 2 de la sección “Sociedad” del periódico consultado, un titular que reza así: “Hombre cabizbajo y transido de frío visita a diario la cafetería Barlovento a las 11:30 de la mañana”, y ese hombre fuese literalmente –y por razones evidentes para cualquiera que no haya nacido en Nueva Guinea– incapaz de resistirse a leer lo que viene a continuación?
       ¿Qué pasaría si ese hombre que hace un rato caminaba calle arriba comprobase apesadumbrado –quizás incluso colérico– que la noticia de la página número 2 de la sección “Sociedad” contiene demasiados datos (ciertos) de su vida privada como para no haber sido redactada por alguien que le conozca muy bien, alguien que quiera dejarle en ridículo, alguien que no muestra la más mínima piedad para con sus costumbres y sus gustos, alguien –quién sabe quién, pues ese hombre cabizbajo ya no se relaciona apenas con nadie– empeñado en hundirle, y ese hombre del abrigo azul se lamentase en silencio?
       ¿Qué pasaría si en ese momento entrase por la puerta principal del café-bar Barlovento otro hombre con un abrigo azul idéntico al que reposa sobre la banqueta a mano derecha del hombre transido de frío, otro hombre también (parcialmente) cabizbajo, con cierto parecido físico al hombre que hace un rato caminaba calle arriba?
       ¿Qué pasaría si ese otro hombre hubiese llegado al café-bar Barlovento caminando igualmente calle arriba, igualmente cabizbajo y transido de frío para plantarse en la barra y pedir al camarero un café cortado, depositase su abrigo azul en la banqueta vacía que tiene a mano derecha y estirase un brazo cualquiera para coger el periódico más cercano a su recién servida consumición?
       ¿Qué pensaría entonces ese hombre cabizbajo sobre la noticia que acaba de leer y que en cuestión de minutos leerá también –forzosamente– el otro hombre transido de frío? ¿Le restaría importancia por el hecho de ser una noticia “compartida”? ¿Podrían considerar ambos que, en efecto, se trata de una desgracia “a medias”? ¿Y si se miran, o se observan, o se contemplan durante un rato y no comprenden nada? ¿Llegarían a compadecerse el uno del otro? ¿Se reconocerían –faltando al sentido común– como víctimas de la misma noticia? ¿Cambiaría algo? ¿Qué?
       ¿Qué pasaría si, tras la lectura de esa misma noticia, ninguno de los dos hombres experimentase problemas de identidad?
       ¿Qué pasaría si confundieran sus abrigos azules idénticos al abandonar el café-bar Barlovento? ¿Es posible confundir dos abrigos azules idénticos?
       ¿Qué haría usted si fuera el hombre cabizbajo?
       ¿Y si fuera el otro hombre transido de frío?

       ¿Llegaría usted a sospechar, siquiera por un momento, que el redactor o autor o instigador de la noticia es precisamente “el otro”?

       ¿Qué pensaría usted?
       ¿Qué ocurriría?
       ¿Escribiría, quizás, un relato repleto de interrogantes?
       Yo sí.