A veces
uno tiene la sensación de que los acontecimientos relevantes no se presentan
–cronológicamente hablando– con la regularidad que debieran, sino más bien como
una sucesión intermitente de aludes emocionales, porque la emoción no deja de
ser un modo determinado del acontecer. Indiscernibles en nuestros respectivos
espacios cognitivos, llegan entonces las digestiones pesadas del subconsciente,
las dudas y la espera. Y por mucho que uno comprenda (asuma) que siempre están pasando cosas, lo cierto es que algunas
efectivamente pasan mientras que
otras, además, se quedan. Estas
últimas son las que creemos que nos
pasan a nosotros, las cosas nuestras. “Eso ya es cosa tuya”, suele decirse;
pero es mentira: no existen las cosas para
nosotros. Ni siquiera está del todo claro que existan las cosas. Sin
embargo hay semanas en que uno se acuerda de Leibniz y piensa que un
acontecimiento determinado, al igual que una mónada, podría contener (al menos
en teoría) todos los acontecimientos posibles. En esos momentos, por lo visto,
toca alegrarse. Aunque el ser capaces o no de hacerlo ya no sea –sensu stricto–
cosa nuestra.
sábado, 30 de marzo de 2013
martes, 19 de marzo de 2013
EN CHIPRE, POR EJEMPLO
(1)
Cuando
uno quiere hacer un experimento, necesita un laboratorio. Esto es así. Y si ese
experimento es además una aberración potencialmente peligrosa para el conjunto
de la sociedad, entonces el laboratorio que lo impulse debe estar aislado, en
la periferia, donde no llame la atención. En un lugar casi secreto. En Chipre,
por ejemplo.
(2)
–¿Y si
hacemos que los pequeños ahorradores carguen con toda esta mierda?
–Sería
la hostia, pero no creo que traguen.
–Tiempo
al tiempo… si eso lanzamos un globo-sonda…
–Necesitaríamos
el visto bueno del Eurogrupo.
–No
habrá problema: empezamos con un país irrelevante y a ver qué pasa.
–Estás
loco, tío.
–Como
todos los que trabajamos aquí, no te jode…
(3)
Hay
experimentos cuya principal finalidad es sentar un precedente, lanzar una
advertencia, acojonar, en definitiva, al ya suficientemente acojonado personal:
“Ojo, que también podemos hacer esto”. Así, independientemente de los
resultados de ese experimento, siempre habrá quien empiece a percibir –por
comparación– los recortes, los atropellos o las sangrías que nuestro(s)
gobierno(s) lleva(n) años perpetrando como una terapia necesaria y aun
deseable. La fórmula es sencilla: para que sigan tragando con lo malo,
enseñarles lo peor. Y si lo peor todavía no existe, pues se inventa y se
muestra. Aunque sea en plan “micro”, en las afueras. En Chipre, por ejemplo.
jueves, 14 de marzo de 2013
SNOOPY
De
entre todas las grandes decisiones tomadas por Charles M. Schulz a lo largo de
los casi cincuenta años que duró la tira cómica Peanuts (Carlitos y Snoopy en
España), podríamos destacar una que a muchos parecerá insignificante a pesar de
su poliédrico significado: La sempiterna ausencia de la “Chica Pelirroja”.
Sabemos
que Carlitos está profundamente enamorado de ella –quizás de un modo platónico,
proyectivo, pero enamorado a fin de cuentas– y también sabemos que, cada vez
que intenta acercársele, ya sea físicamente o por medio de cartas, el contacto
resulta finalmente frustrado por causas diversas (timidez, tardanza, miedo,
malos entendidos, etc.). Hasta aquí lo que nos es dado conocer, porque la chica
pelirroja permanece siempre “escondida”, “vedada”, y no sólo para el propio
Carlitos, sino también a nuestros ojos lectores: Schulz no quiere mostrárnosla,
o, dicho de otro modo, está especialmente interesado en mostrarnos su evidente
ausencia. Así, el autor recurre al fuera de campo, al sombreado opaco o a la
mera mención como únicas vías de acceso al fantasma. Carlitos la quiere; eso es
cierto. Ella no está, pero se la espera. El recurso funciona a la perfección: todos
queremos, esperamos cosas, personas, fantasmas, algo; a veces hasta el punto de
relegar la existencia efectiva de ese “algo” a un cómodo segundo plano. Pues
bien, en ese segundo plano, sombreado o fuera de campo, donde la existencia
real no importa demasiado, vive, paradójicamente, el deseo abstracto del
auténtico existencialista: viven La Gran Calabaza y la Chica Pelirroja, pero
también Godot y la absolución de K., el Monstruo del Lago Ness y el sobrecito
dorado de Nescafé, Thomas Pynchon y Perry, Zeus y Alá, la Revolución del
Proletariado y el Superhombre, y todo lo que usted desea que exista y que, en
virtud del sólo desear, al menos para usted ya existe sin necesidad de ser
mostrado. Como la remontada del Barça antes de la remontada del Barça. Puede
jurarlo por el mismísimo Snoopy.
lunes, 11 de marzo de 2013
EL SER Y LA COMETA
Recuerdo
que hace cuatro años –quizá cinco, poco importa– mi amigo R. y yo fuimos a ver
una obra de teatro. Cuando nos encontrábamos ya en nuestras respectivas
butacas, esperando en silencio el comienzo de la función, descubrí a R. serio y
meditabundo; “algo va mal”, me dije, y decidí preguntarle qué le preocupaba.
“As veces penso que o Ser non pode ser unívoco”, fue su única respuesta. En
aquel momento supe que R. siempre había sido (y ya siempre sería) una persona
mucho más inteligente que yo, y que más me valía conservar su amistad durante
el resto de mi cochina vida –si acaso mi intención era convertirme en una
persona de provecho–.
Hoy he
recibido una inesperada llamada telefónica de R. “¿Que fixeches hoxe?”, me
pregunta. “Salí a volar una cometa”, respondo. “Magnífico xeito de pasar o
día”, sentencia.
Me
avergüenza reconocerlo, pero a veces necesito que me recuerden que el Ser no
puede ser unívoco, que hacer volar una cometa es una buena excusa para pasar la
tarde y comprobar, de paso, que la textura del viento-que-hace-volar-cometas
difiere por completo de la del viento-normal-y-corriente.
¡Todos
pendientes de la muerte de Chávez y de la elección del nuevo Papa, trágicamente
olvidados de las cosas esenciales, del Ser y la cometa!
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