lunes, 20 de junio de 2016

EN ESTA ZONA DE LA CIUDAD


       Cuando cae la noche en esta zona de la ciudad, los vecinos salimos a contemplar la luna. Acampamos improvisadamente en la plaza, repartimos latas de cerveza y maullamos como gatos hambrientos con la mirada fija allá en lo alto, olvidados los unos de los otros. “La luna otra vez”, exclama con fastidio el hijo mayor de los Sánchez, sin duda hastiado de tan periódicas reuniones. “Es la luna, como siempre”, constata sin aspavientos Elvira, la vecina del Octavo Izquierda; a lo que don Eusebio, del piso de enfrente, añade impertérrito: “Sí… igual de redonda”. La luna está ahí y nosotros la contemplamos. Después volvemos a nuestros respectivos edificios, a nuestras respectivas casas, a nuestras respectivas cenas. Y momentos antes de conciliar el sueño, mientras repasamos nuestra inefable provisión de miserias cotidianas, nos alegramos secretamente de nuestro no menos secreto ritual, de nuestra absurda comunión lunar, que en el peor de los casos seguirá cumpliendo con su humilde propósito: estimular la legítima rebeldía del hijo mayor de los Sánchez, aliviar la insoportable soledad que sufre Elvira, mantener alejada siquiera por un instante la tristeza de don Eusebio... obrar, en definitiva, para que todo discurra como hasta ahora –de un modo menos extraño, más amable– en esta zona de la ciudad.