lunes, 14 de diciembre de 2015

CULPABLE

       
       A veces pienso en las canciones que he dejado de componer y me pregunto qué será de ellas. Imagino que alguien, en algún lugar, en algún momento, quizás en una habitación o en un sótano de paredes desconchadas y sirviéndose de una lámpara de baja potencia y luz amarilla, de una libreta de propaganda y un bolígrafo de tinta verde, ese alguien que no tendrá trabajo, ni amigos, ni esperanzas, esa persona olvidada por todos y que se aferra a una guitarra acústica que nunca limpia, una guitarra seguramente de segunda mano y a la que habría que cambiar las cuerdas más a menudo, imagino que ese alguien compondrá, quizás en un futuro no muy lejano, todas las canciones que yo he dejado de componer. Y cuando lo haga, cuando después de hacerlo las grabe en un estudio de mala muerte, cuando decida colgarlas en internet y compruebe, con el paso de los meses, de los años, que esas canciones no llaman la atención de nadie, que quizás no valen la pena esas canciones, cuando llegue a la conclusión de que más vale abandonar la música y dejar de componer, y aborte las melodías propias y se limite a reproducir, como un jukebox andante, las canciones que otros han compuesto antes que él, a disfrutar pasivamente de la música y piense “se acabó: que otro escriba las canciones que voy a dejar de componer”, entonces, y sólo en ese caso, será el momento –me digo– de volver a la carga, a los acordes, a los estribillos. Sólo entonces volveré a escribir las canciones que he dejado de componer, y no porque esa persona haya fracasado y de ese fracaso se desprenda algún tipo de confirmación, alguna lección, un “esto sucede porque tenías que haberlas compuesto tú”, sino porque de ese fracaso me sentiré yo culpable. De ese y de los ulteriores fracasos que ya no querré permitir. Porque si yo no hubiera dejado de componer las canciones que en efecto he dejado de componer, nadie tendría que hacerse nunca cargo de ellas, de un fracaso que sólo a mí me pertenece. Si no me ocupo, obsesiva y compulsivamente, de extraer esas canciones del limbo sónico ¿Quién me asegura que no acabarán engrosando el repertorio de los fracasos ajenos? ¿Quién puede asegurar que mis canciones no-escritas no arruinarán la vida de los otros? ¿Quién pondrá la mano en el fuego por mí, atreviéndose a decir que no soy culpable de lo que no he hecho?