lunes, 23 de noviembre de 2015

MOCHILA


       Y entonces él abandona el vagón del tren con la mochila a cuestas. Pero allí no hay andén. No hay estación. Está en medio de un prado inmenso y ha sido el único pasajero en bajarse. Mira a un lado; mira al otro. No sabe qué hacer; realmente es una locura. El tren reanuda su marcha y desaparece en el horizonte. Él camina hacia las montañas del norte, grita “¡Eeeeeeoooooo!” de vez en cuando, pero nadie contesta. Nunca. Durante días. Nada. Y las montañas se niegan a aumentar de tamaño, tercamente ancladas a la misma distancia. Al caer la tarde del cuarto día, completamente agotado, tropieza con el cadáver de un humano recién nacido. Lejos de asustarse, sonríe satisfecho. Después recoge el cadáver, lo mete en la mochila y sigue caminando mientras repasa mentalmente las instrucciones recibidas: 1- Bajarse en la primera parada sin andén. 2- Caminar hacia las montañas del norte. 3- Primera pista: un bebé muerto.
       Todo marcha según lo previsto. Ahora trata de averiguar –obviando la evidente falta de gusto que encierra el hecho de que alguien le vaya dejando pistas en estado de descomposición– qué diablos puede significar el bebé. Y poco a poco sus miedos van dejando de tener algo que ver con encontrarse solo y perdido o con cargar un pequeño cadáver a sus espaldas; ni siquiera con estar siguiendo las dementes instrucciones de un completo desconocido. Lo que le asusta es comprobar que está disfrutando del Juego y que a fin de cuentas le importa más bien poco lo que esa primera pista pueda significar. Le aterra la sola idea de descubrir lo que se propone, y no porque tema que ese descubrimiento le conduzca a una terrible segunda pista, sino porque en ese avance del Juego presiente la cercanía de su final. Le asusta el miedo que no tiene, porque el que sí tiene empieza a parecerle enfermizo. Le da miedo estar asustado por razones equivocadas, ahí, en mitad de un prado inmenso, con un bebé muerto a cuestas, preguntándose si no sería mejor la renuncia a seguir la pista, si no sería más conveniente instalarse para siempre en ese delicioso estadio del Juego, ese movimiento en el que el final de la partida queda lejos, tan lejos como si no existieran en absoluto ni el final ni la partida ni el Juego ni la mochila. Pero sabe que el Juego existe porque la pista existe, porque el bebé está muerto, de eso está seguro, de eso no hay ninguna duda, ni siquiera hace falta comprobarlo, no va a abrir otra vez la mochila, sería absurdo.