lunes, 19 de octubre de 2015

NO HAY MÚSICA


       Tres ancianos en una residencia para la tercera edad. Están en el salón de reuniones. Dos conversan sobre el tiempo. El tercero permanece callado. De repente se levanta del sofá. Empieza a bailar un foxtrot. No hay música. Una diligente enfermera lo detiene. El anciano se enfada. Grita “Socorro”. Sus compañeros lo ignoran. La enfermera pide ayuda a un par de compañeras. Lo reducen. Se lo llevan a su habitación. Lo sedan. Lo tumban sobre la cama. El anciano se duerme. Son las ocho y media de la tarde. Pasan doce horas. El anciano se despierta. Se levanta. Va al cuarto de baño. Se mira en el espejo. Se afeita. Se ducha. Se viste. Baja a la cafetería. Desayuna. Vuelve al salón de reuniones. La enfermera del día anterior le lleva sus pastillas matinales. Se las toma. Hojea un par de periódicos. Aparecen los dos ancianos del principio. Se interesan por su estado de salud. El tercer anciano resta importancia al asunto. Bromea sobre los modales de las enfermeras. Se sume en el más absoluto de los silencios. Los otros dos ancianos todavía sonríen. Las sonrisas terminan por esfumarse. Irrumpe el mediodía. Se van a la cafetería. Comen. Terminan de comer. Toman café. Vuelven al salón de reuniones. Los dos ancianos cuentan chistes. El tercer anciano sigue en silencio. Se levanta del sofá. Mira por la ventana. Está lloviendo. Vuelve al sofá. Después se dirige a la recepción. Pide permiso al recepcionista para salir a dar un paseo. Se le deniega. Razón: está lloviendo. El tercer anciano tuerce el gesto. Vuelve al salón de reuniones. Toma asiento en el sofá. Suspira. Se queda muy quieto. Deja pasar las horas. Los otros dos ancianos lo observan de cuando en cuando. Una hora. Dos horas. Tres horas. Cuatro. El tercer anciano permanece callado. De repente se levanta del sofá. Empieza a bailar un foxtrot. No hay música.