viernes, 2 de enero de 2015

DIEZ AÑOS


       Arioldo y Dáltima –pareja exquisita, muy bien avenida– deciden romper amistosamente su relación tras diez años de noviazgo. Se han hartado de verse las caras y creen, con total honestidad, que lo más digno –lo menos doloroso– consiste en aparcar sus encuentros hasta nuevo aviso.
       Arioldo es el primero de los dos en incorporarse al mercado sexual. Un mes después del mencionado trance, nuestro amigo detiene su atención en una chica rubia de poderosa belleza que pasea junto al río. Enseguida se aproxima hasta ella y, con algún absurdo pretexto, la invita a tomar café. Esa noche conversan hasta bien entrada la madrugada y, en el momento oportuno, Arioldo propone abandonar la discoteca en que se encuentran para acompañarla a casa. Una vez allí, mientras la chica rubia empieza a desnudarse, nuestro amigo piensa en Dáltima, en cómo hacía el amor con ella, y se pregunta si su limitada técnica será extrapolable a otras mujeres. Agobiado por las dudas, Arioldo se refugia en el cuarto de baño, telefonea a su ex y le pide consejo. “¡Sólo a ti se te ocurre!” (en realidad le hace gracia, no se puede decir que esté enfadada). “Bueno, voy echarte un cable, pero sólo porque te noto desesperado. Verás, trata de esmerarte en los preliminares, no vayas tan rápido como de costumbre. Fíjate bien en su respiración. Y cuando llegue el momento, métela con cuidado, que a veces eres un poco brusco. A partir de ahí, embestidas uniformes, nada de parones; ah, y acelera al final. Pero sobre todo recuerda: no a todas nos gusta por detrás, así que no te arriesgues la primera vez. Un beso y suerte”.
       Todo salió bien en aquella ocasión. Sin embargo, la chica rubia no acaba de entender, tantos años después, esa manía que tiene Arioldo de encerrarse en el baño cada noche, antes de acostarse con ella.