jueves, 16 de octubre de 2014

LA MÁQUINA DE TENER SUEÑOS DIVERTIDOS


      Polonio ha terminado de construir la máquina de tener sueños divertidos, su último invento –y quizás el primero verdaderamente trascendente– tras años de sequía creativa. Ahora sólo falta poner a punto los engranajes del motor y todo estará listo... las expectativas son enormes.
       Cinco minutos más tarde, Polonio atraviesa los montes de nácar metalizado de Panibet tratando de contentar a los gruñones ajiloutets y saltando de tortuga en tortuga, porque los caparazones ofrecen en esta región la resistencia y flexibilidad de una cama elástica –siempre teniendo en cuenta que las camas elásticas no son elásticas en absoluto en el reino de Madejiyad–. Después se sumerge con cuidado en las aguas rosadas del río Tábula, el legendario afluente del Medraoz –etimológicamente “Río de Chocolate”, aunque en realidad sólo es de color marrón los martes–, sorteando las corrientes de aguaneguiznos picudos que se dedican a hacerle cosquillas en los codos y (rara vez) en la punta de las sienes. Una vez fuera del agua, Polonio decide secarse la risa en un árbol-toalla que, además, le invita a una suculenta corespina con hielo batido y a una tanda de historias populares. El árbol cuenta las peripecias vividas por la dinastía de los Atrimunt, los líos de faldas de la familia Burenaum, los negocios oscuros de los Fermiof y los Tumnk. Cuando Polonio se ha divertido bastante con las leyendas de la zona, le pide al árbol-toalla que baile para él hasta volatilizarse. Por último, ya cansado, se despide de los ajiloutets, de las tortugas, de los aguaneguiznos y de algunos pidrezaptos rezagados que, haciendo honor a su nombre, bailan claqué a la pata coja. Polonio es consciente de que no ha sido un mal día, pero ahora sólo desea llegar cuanto antes a casa para poner finalmente en marcha la máquina de tener sueños divertidos.