lunes, 25 de agosto de 2014

INDEFINICIÓN


       Z no comprende, bajo ningún concepto, la relación que mantienen sus amigos X e Y. Le desconcierta su estatus indefinido, desconfía de su viabilidad a largo plazo (no son amigos, tampoco amantes, quizás todo lo contrario, acaso algo más). A Z le da miedo todo aquello que no tienda a la uniformidad, a la canonización, y el caso de X e Y es un claro ejemplo de ello. Cuando dispone de un momento para comentarle el problema (así lo llama él) de X e Y a su compañero de piso, Z recibe por respuesta un “déjalos que se maten, no están hechos para quererse”. Z, que siempre sospechó que su compañero es un poco estúpido, permanece pensativo en el borde de la cama con su esquema de razonamiento intacto.
      Al día siguiente, tras colgar el cartel de “abierto” en la puerta del urban shop que regenta, Z se dedica a desembalar las últimas cajas repletas de género que acaban de llegarle desde Madrid. En una de ellas se encuentra con un lote de camisetas especialmente gruesas (o de sudaderas anormalmente finas) y duda entre colocarlo a la izquierda del pasillo central –con el resto de camisetas– o en la estantería del fondo –donde reposan las sudaderas–. Finalmente se decanta por exhibir las enigmáticas prendas directamente en el mostrador y, para su sorpresa, a lo largo de la mañana toda una serie de clientes termina con la provisión de suda-setas.
      Horas más tarde Z está ya en casa, en el salón, cenando con su compañero de piso. Cuando éste reanuda tercamente la conversación de la noche anterior, Z parece no prestarle demasiada atención. –¿En qué estás pensando? –pregunta él confundido y sin pestañear–. En suda-setas –contesta Z misterioso, lanzando un brazo al aire, golpeando un concepto imaginario–. ¿Y eso qué es? –tarda él en responder–. Eso es que eres tonto –zanja Z satisfecho–; casi tanto como yo.