jueves, 17 de julio de 2014

PRELUDIO A UNA NOVELA


       Contar, por ejemplo, algo sobre el propio ejercicio (arte, labor) de contar, el contar como poiesis pero también como cuenta, el contar numérico, el discernir unas historias de otras. Orden. Establecer definitivamente la doble acepción del término: el que cuenta “recuenta” sus vivencias en ambos sentidos, las recopila, las separa reparando en la differànce y reparando sus recuerdos. Encontrar entre los mismos algún personaje atractivo (quizás aquel rostro tan nítido todavía, pero que somos incapaces de ubicar en su cuerpo correspondiente, quizás uno mismo, quizás lo que creemos que hemos sido en un pasado muy remoto). Buscar una trama, recordarla, inventarla, tergiversarla, tomarle cariño. Escribir rítmicamente, humanizar a nuestro personaje, regalarle un nombre (no demasiado rebuscado), una ocupación, un par de obsesiones, hacerlo nuestro, comprenderlo, apiadarnos de él, llegado el caso. Sufrir, tachar, tirar también papeles a la basura, esquivar historias posibles, tomar alguna como hilo conductor, recurrir a ella desesperados cuando creamos que la trama deja de sostenerse. Arbitrariedad. Alguna muerte quizás, algún romance sin duda, un par de revelaciones y varios tópicos. Alguna frase ingeniosa tras un punto y aparte estratégicamente colocado. Localizaciones atractivas (Londres, Madrid, Venecia) sin caer en la estampa turística, una sarta de habitaciones minuciosamente descritas, varias citas inencontrables, un poco de mala leche, cierta dosis de elitismo. Mucho café (té, mate), mucho tabaco, algo de cinismo. Tiempo para juzgar lo escrito, quizás en ciertos casos algún juez externo de confianza. Varias horas de descreimiento, algunos minutos de tregua, un final templado, nada rimbombante. Jugar con el par Eros/Tánatos, olvidar de vez en cuando cuanto se ha escrito hasta el momento. Volver a empezar, dedicar más tiempo a aquella metáfora, revisar ese personaje tan plano, desechar cierto tipo de léxico, obligar al escrito a crecer. Matar al protagonista para que otro tome el relevo argumental. Qué lástima. Seguir escribiendo. Pensar que quizás la historia no vale la pena, que hemos perdido el tiempo. Releer a los clásicos, volver a la carga con nuevas estratagemas, reinventar personajes. Más y mejores conocimientos ahora, algunos años de experiencia, historias (ahora sí) poliédricas. Menos que contar, pero mejor contado, lectores potenciales muy pendientes de nuestros últimos pasos. Presión, noches en vela, la sombra de aquel relato genial que difícilmente volveremos a igualar. Dos crisis nerviosas, alguna depresión, delirios de grandeza, ego bipolar. Relectura de aquel relato (no era tan bueno, no era bueno en absoluto), nueva toma de conciencia de las capacidades reales, asunción del propio ingenio (que no genialidad). Vuelta a la carga, al tintero, al papel en blanco, a la sintaxis. Un par de frases inconexas, nada preparado, contar por contar, no ya para discernir ni para crear, martillo dialéctico sin punto de llegada. Líneas, párrafos, capítulos. Juicio crítico, síntesis kantiana. Finalmente, salvadora inspiración, cura, verdadera meta, palabras atolondrándose. Varias líneas más, pulcros y acertados recursos poéticos, personajes que se independizan definitivamente, que funcionan con su propia lógica interna. Ahora sí, las piezas encajan. Meses de trabajo febril ininterrumpido, acaso una tortura mal recompensada, sensación de desamparo, de inutilidad y de enclaustramiento. Miedo, migrañas y sed de absoluto. Premonición de editoriales en actitud de rechazo. Crisis de pareja y experiencias posibles esperándonos en el mundo exterior (rechazadas). Una vez más, fuerzas de flaqueza, terquedad de autómata y propósitos inextinguibles en nuestro subconsciente... Asumir de una vez por todas que esta vez han pasado tres años y ya no hay preludio que valga: hay que dejar de pensar y empezar a escribir. No tenemos ni una mísera línea.