jueves, 24 de abril de 2014

EXCLUSIVIDAD


       Eleuteria es, sin lugar a dudas, la mujer más bella que he conocido jamás. La descubrí una tarde de Abril en el Galo d’ouro –uno de esos pubs añejos que languidecen en las inmediaciones de la catedral de Santiago de Compostela– momentos después de haber abierto mi libreta para escribir a la luz de los cigarrillos y el alcohol que pueblan este tipo de locales. Acudió a mi presencia como acuden los lejanos recuerdos, como una especie de déjà vu que se resiste a desaparecer. Enseguida supe quién era, me bastó un fugaz viaje a través de sus marcadas facciones y sus andares de princesa desheredada. Nos miramos detenidamente. Nos quisimos en silencio. Eleuteria inició la conversación con una voz más firme que obscenamente dulce, una voz de almizcle y hierro fundido. Y yo la escuché atentamente.
       Hablaba Eleuteria pausadamente, regocijándose en cada palabra, tratando temas de lo más variopinto, envuelta en un halo de concisa seguridad. Sus ojos bailaron con los míos en una danza indescifrable, sorteando problemas políticos, relaciones fallidas, incursiones poéticas o incluso sentencias vitales que nos sorprendieron a ambos. Eleuteria escuchaba también; escuchaba con las manos, como sólo escuchan aquellos que nos conocen profundamente. Parecía delinear con sus gestos el cauce de todas mis preocupaciones. Al cabo de una hora, Eleuteria me dijo que tenía prisa, que otros la esperaban, y que de mí dependía el que nos conociésemos mejor. Quizás algún día tenga la oportunidad de conocer a los tuyos, murmuró.
       A lo largo de los años hemos mantenido nuestros encuentros. Unas veces en mi piso, otras en la plaza de la Quintana, algunas en la misma cafetería del principio. Y ella nunca ha dejado de preguntarme la razón por la que no se la presento a los míos. Una noche, tras haber finalizado una de nuestras particulares charlas, le expliqué el porqué de mi decisión, una decisión tan coherente con el inicio de nuestra relación que no podrás rechazar –le dije– y ella no tuvo más alternativa que callar y seguir punto por punto mi razonamiento.
       Eleuteria, no puedo negar que llevo esperándote toda la vida. Durante toda mi existencia he soñado contigo, te he dado forma sumido en mis divagaciones, te he buscado ansiosamente en cada uno de mis paseos. Cuando te vi aparecer sentí finalmente que todo lo que yo hacía tenía sentido... porque tú eres el sentido más íntimo de mi escritura. Siento no poder explicarme mejor. 
       Entonces cerré mi libreta y comprendí que había creado un personaje que jamás podría compartir con mis lectores. Me había enamorado de Eleuteria, y el amor también es, en gran medida, exclusividad.